Libro Jam compilado de textos 2007 – 2008

Año 2007

José María Brindisi
1º de Agosto La sede
Musicalizó: Matías Capelli
Historias cercanas, la congoja de una pérdida.

Mi padre me contaba, una y otra vez, la muerte de Hemingway. Me la contaba en detalle: las horas previas, la escopeta mal o bien cargada, el trago medio vacío o medio lleno, la mirada perdida o a punto de cerrarse. Me lo contaba como si en algún punto lo disfrutara, o tuviese la capacidad de revivirlo. Y juntos imaginábamos esa mañana, o esa noche, ese instante: el momento en que el disparo destroza y mancha y pervierte el rostro para siempre.
La primera vez que me habló de la muerte de Hemingway se interponía, entre nosotros, otra muerte: el abuelo se había ido, demasiado pronto para mí, sospecho que demasiado tarde para él. Éramos pocos, tal vez doce o quince personas, y hubo durante todo el entierro un silencio tan asfixiante que no puedo recordar una sola frase que nadie haya dicho. En cualquier caso, nosotros tampoco dijimos nada. A papá le gustaba imitar las novelas, más que la vida en sí, de los irlandeses, así que convenció a un par de amigos del abuelo para que nos acompañaran a tomar unas copas en su honor. Durante un rato nadie tuvo ganas de hablar. O simplemente no hablamos. Y entonces, para que el momento tuviese algún sentido, para que pudiera ser recordado por algo más que un viejo que empezaba a pudrirse y a ser olvidado, contó para su exigua platea cómo, de qué manera tan triste, se había muerto el mayor escritor del siglo XX.
Aunque después no estuve del todo de acuerdo con él, y pese a que tenía la sospecha de que lo que más le gustaba a papá de Hemingway era su modo de vida, su modo de pensar, en última instancia el mito, lo cierto es que comencé a leerlo a escondidas. No quería que él pensara que era uno de los suyos, y sin embargo ese episodio aislado, su muerte, me había vulnerado por completo. Claro que, modestamente, la muerte de mi abuelo se le parecía bastante –un arma es siempre un arma-, pero eso no bastaba: había comenzado a deslumbrarme con las historias en sí, con el modo en que se cerraban en sí mismas, y sí, al mismo tiempo, con el mundo que cristalizaban.
Siguió contándome infinidad de veces su muerte, y pese a que cada vez la revestía de más detalles, y por lo tanto yo advertía gradualmente lo familiarizado que estaba con la mentira, simulaba no escucharlo pero, sí, lo escuchaba. De vez en cuando, incluso, esa imagen, o más bien esa secuencia, no me dejaba dormir. Así que cuando un día apareció con esa foto, yo creí que la había imaginado, que simplemente era parte de mis pesadillas. La foto lo mostraba rebosante de salud: la barba canosa y tupida, el pájaro muerto sobre la mesa, el trago medio vacío o a medio llenar, la media sonrisa que podía significar infinidad de cosas. Pero yo sabía lo que significaba. La foto quedó sobre la mesa de la cocina un par de días; cuando me cansé de observarla, o cuando sentí que debía hacer algo con ella, se me ocurrió darla vuelta. Alguien había escrito el lugar y el año: Ketchum, Idaho, 1961. Entonces volví a darla vuelta, y otra vez, y otra. Entonces me pregunté cuánto faltaba, en qué rincón de ese pálido escenario estaba escondida la escopeta. Era exactamente igual a como lo imaginaba, como lo imaginaba en aquel momento. Exactamente igual a lo que no deseaba que fuera.

Durante aquellos años, papá tenía otra afición extraña: le gustaba ensayar en voz alta sus últimas palabras. Por lo general eran ridículamente sobrias, y yo pensaba que en ello radicaba su soberbia. “Este cuerpo fue, apenas, el de un hombre”, disparó un día. Estábamos pescando, y supongo que por eso no solté una carcajada. Para no espantar a los peces o para no sentirme estúpido. “Al final estamos solos”, se le ocurrió otro día, y cuando me di vuelta su mirada y su torso apuntaban al cielo. Le pregunté a quién le hablaba. Señaló hacia arriba. Después me preguntó si era capaz de recordar esa frase, y sólo para que no la repitiera dije que sí, y luego de eso, tremendamente excitado por lo magnánimo de la escena, me habló del color de la piedra que preferiría, y al final aclaró que no deseaba ninguna cruz. “Es entre él y yo”, dijo.
Con todo, a pesar de lo mucho que lo odiaba cada vez que tenía uno de esos lapsos de solemnidad, no pude evitar ponerme a pensar en el abuelo. ¿Las había dicho? ¿Había dicho algo, algo que fuese imprescindible saber, algo que valiese la pena recordar?
¿Las había dicho Hemingway?
Claro que sí. Sólo que nadie estuvo ahí para oírlas.

No sé en qué momento papá comenzó a mimetizar definitivamente con él, a creer en secreto que sus vidas estaban en sintonía. Un día me dijo que se sentía un poco pesado, y casi de inmediato: iba a empezar a hacer box. Poco después, cada vez que llegaba a casa, me lo encontraba viendo corridas de toros. Se las ingeniaba para engancharlas en el canal español, o el mexicano (“son tan buenos o mejores que los gallegos”, subrayaba), o alquilaba documentales sobre la vida de Joselito o Belmonte, o cuando ya no había nada más por alquilar conseguía que se los prestaran. Hablaba de ir a cazar juntos, aunque no supiera decirme adónde. Y aunque siempre había predicado la frugalidad, al menos hasta cierto punto, era frecuente que preparara unas comilonas desmesuradas, que a veces nos duraban días.
Pero lo más peligroso de todo, o lo único peligroso, era que también se había puesto a escribir. Descubrí los cuadernos por casualidad, y tal vez lo que más me molestó fue eso: que no estuviesen bien escondidos. Era una forma, pensé, otra más, de subestimarme. Al principio creí que era una especie de diario, pero cuando la sangre brotó con entusiasmo, cuando los bosques y los animales de todo tipo y los hombres absurdamente recios y las mujeres absurdamente deslumbrantes se hicieron moneda corriente, supe que no tenía sentido. Por supuesto, eran magníficos. Puedo recordarlos casi todos, y sin embargo hay uno que de algún modo me obligó a leerlo demasiadas veces: era, es, la historia de un tipo que fue testigo, en 1920, de la muerte de Joselito. El tipo estuvo ahí, y no podía olvidarlo. O mejor: no podía salirse de esa escena. Era, sin duda –así lo imaginaba o narraba mi padre-, el único momento de su vida que merecía ser contado. Y no sé por qué, o tal vez lo sé de sobra, me vino a la cabeza una y otra y otra vez la imagen de papá. Pero no se me ocurría ni un solo momento que mereciera ser recordado.

Julián Urman
15 de Agosto La sede
Musicalizó: Ian Kornfeld
Sueños desestructurados, el error de Darwin

Soñé un fin del mundo: olas que arrasaban ciudades, huracanes de fuego que unían cielo y tierra. Desperté entre sábanas mojadas. Sudor y otras excrecencias. El zumbido de las vacas de insulina inundaba mi oído izquierdo. Algo en la casa no estaba bien. No estabas vos. Vos. Ella. Ella cantaba boleros sobre el zumbido de las vacas de insulina. Cantaba:
Como estas hoy, mi amor…
Dame tu leche…
con insulina… para curar la diabetes de mi amor.
Algo en la casa no anda bien y a esta hora el único service disponible es religioso. Busco mi torah. Busco el número de atención al cliente. Figura al dorso. Llamo, pero nadie contesta. Busco mi biblia. Sí, tengo una. Soy judío, aunque no poseo una de esas narices características. En la primera página de la biblia encuentro un 0-800. Llamo. Atienden.
– Bienvenido al servicio de atención al cliente de la iglesia católica. Su nombre por favor…
– Christian Castro (aunque me llamo Samuel Goldwin)
– Dirección…
– Mi casa.
– La ayuda está en camino.
Gracias a Dios por las religiones. Ahora debo esperar al cura. Sin pensar en ella. Pensar en ella. Pensar en ella.
Cuando comenzaron a ejecutar gente mediante la cámara de gas, los medico inventaron un código de gestos mediante el cual los prisioneros podían comunicar su experiencia. Buscaban humanizar la muerte. Entonces, junto a la sala de ejecución y frente a una cómoda ventana de vidrio, los médicos observaban el proceso. En pequeñas libretas anotaban el resultado. Todos anotaban lo mismo:
“El prisionero es demasiado idiota para recordar el código. Sufre sin semántica. Habrá que realizar mas pruebas”
La ejecución por inhalación de gas insume ocho minutos. Ocho minutos. Ocho minutos. Suena el timbre. Atiendo.
– Sí, que tal hijo mío, somos del service.
– Adelante.
Entra a mi domicilio un cura con sotana de trabajo. Se parece al padre Brown. Se lo digo.
– Usted se parece al Padre Brown.
– ¿Quién es el padre Brown?
– El de la serie…
– ¿Qué serie?
– De la tele.
– No miro tele.
– Yo tampoco…
El primer round es mío. Aumento la tensión. Me acerco a la mesa. Sobre la mesa, un libro. Tomo el libro y, mediante rápido movimiento, lo saco de la mesa. Las letras quedan sobre el mantel.
– ¿Ve mi problema? Digo, ¿usted lo ve?
El padre Brown no parece sorprendido. Se acerca al mantel. Estudia las letras residuales. Toma de mis manos el libro con las paginas en blanco. Hace la señal de la cruz. Reacomoda con gran habilidad, debo decir, las letras sueltas en la página. Ahora la página dice:
Entonces todo el pueblo de Juda tomo a Uzias, y lo hicieron rey en lugar de su padre Amasias…
– Pero esto es una página de la Biblia- le digo al Padre Brown…
– Sí, hijo mío. Ahora es una página de la Biblia.
El segundo round es suyo.
Ahora el Padre Brown toma de su maleta un crucifijo electrónico, pletórico de lucecitas. El zumbido de las vacas de insulina es ensordecedor. Pasea su crucifijo por las paredes de mi casa. El crucifijo emite pitidos agudos de alarma, que se reflejan en el rictus de preocupación del padre Brown.
– El problema en esta casa es un alto nivel de incertidumbre. ¿Usted cree en algo?
– En poco.
El Padre Brown produce un crucifijo, este de madera, y lo clava en la pared. Vuelve a tomar su medición. El crucifijo electrónico produce sonidos más amables.
– ¿Ve? El efecto es inmediato…
Suena poco convincente. Decido arremeter con cuestiones existencialistas.
– Y si Dios existe, ¿por qué no logro devolver las películas del DVD club a tiempo? ¿Acaso Él pretende que mi deuda con la sociedad se acreciente?
– ¿Usted sabe que no pone acentos?
– Lo he notado…
– Quizá debería…
– Quizá no.
Duelo de miradas con el Padre Brown. La suya es blanda y a la vez dura. La mía pretende resentirlo como fuerza de represión social.
– ¿Por qué el pac-man no es libre?- arremeto sin piedad.
– Porque no lo desea. Ley ominus sudaris pater. Nuestro padre suda la ley absoluta.
Estamos ante la imposibilidad de comunicarnos. El Padre Brown enciende un cigarrillo. En él, fumar es un gesto divino.
– Entonces, retomando, ¿usted cree que podremos solucionar esto?
– Hijo mío, no hay pecado sin absolución y, sin absolución, no hay pecado.
– Lo que usted dice no suena muy cristiano…
– Pero soy cura. La cristiandad soy yo y yo soy de aquello que la Biblia habla.
Justo entonces, como si el caos acudiera en mi ayuda, la heladera cobra vida y se nos une, en medio del living.
– Hola, soy la heladera- dice la heladera.
– Dios mío, su heladera habla- comenta el Padre Brown.
– Son sus primeras palabras.
Gentil, me acerco a la heladera para abrazarla. Su sinceridad me conmueve. El padre Brown, al fin, parece descolocado. Su expresión es la de un adicto que acaba de consumir jabón en polvo por error.
– Esto solo puede ser explicado a través de la singularidad. Pero la singularidad fue explicada y, en teoría, no debería volver a suceder…
– Usted es el cura…
Mi heladera y yo miramos fijo al Padre Brown. Ahora en mis ojos hay comprensión. La mirada de mi heladera es fría. El cura retrocede hasta el rincón. Lo tenemos.
– Está por ocurrir algo tremendo- dice babeando su sotana.
– Por favor, no se babee- le aconsejo.
– En medio de su living la singularidad va a repetirse. La creación del universo, el todo y la nada.
Comprendo por la alucinada voz del cura que lo que dice es cierto. Seremos víctimas-testigo de un renacimiento. A nosotros la luz. Somos la luz. Cuando a luz se haga, nos haremos nosotros. Seremos al fin. Las campanas de la creación reemplazan el zumbido de las vacas de insulina. El cura flota, atraviesa el living y se prende de la antena de la tele. A pesar de todo, estamos en paz. Creemos en lo que nos sucede. El viento de la creación nos ilumina (y eso que es viento). Me aproximo al cura, floto con el ancla de mi heladera.
– ¿Cuál es nuestro deber? ¿Por qué me gusta tanto el porno?
– No hay respuestas, mi hijo, solo acontecer… Pronto veremos renacer la vida, la existencia, somos hijos de la singularidad.
Ahora un punto en el espacio contiene todo. En medio del living, un punto en el espacio contiene el living, al cura y a todo lo que existe. Amenazo con demandar a su compañía, pero el cura no se inmuta. El viento de la creación hace oídos sordos a mis reclamos.
big bang: guau.
– El paralitico no tiene razón- dice el cura, aunque alrededor nuestro hay evidencia científica- Estamos ante las leyes de la física. En esta puerta hay un guardián, utiliza nuestros ojos para mirarnos y ver hombres. Nadie conoce esta ley. Esta es la nueva ley. “La ciencia de la física leerá la mente de Dios”. Chamuyo.
– No lo escuches, solo intenta confundirnos- dice mi heladera (y creo que tiene razón).
Flotamos hacia el punto infinito que contiene todo. Las preguntas se multiplican. Las respuestas escasean. De fondo, un discurso de Perón. “Compañeros, ¿alguno vio alguna vez un dólar?”
Así que esta es la creación. Me la imaginaba distinto.
El jardín del Edén nos recibe. El cura, desconcertado, pelea por reformular sus creencias. Me dejo llevar. Alguna vez estuve drogado y es parecido. Hay que ir, ir, ir. Si queres volver, olvidate.
– Este es el principio, de nuestras acciones nacerá una nueva sociedad- dice el cura y me sorprende que sea tan articulado si nunca vio al Padre Brown.
– Sociedad de qué, si yo a vos ni te conozco- intento separarme por las dudas, no sea cosa que termine pegado a este aparato.
– Recemos, padre nuestro que estas en los cielos…
– Pará, pará, que eso en la Biblia esta después…
El jardín del Edén crece a nuestro alrededor. De la semilla, la planta, de la planta la flor. A la flor va el insecto. La naturaleza es sabia, más de lo que le conviene. Dolor en el costado izquierdo, cuando de mí es retirada la costilla que será mi compañera. Debo dormir, despertaré acompañado. Me rindo al poder de la siesta.
Despierto y somos dos (si no contamos al cura y a la heladera). Ella es hermosa.
– ¿Solita?- le digo, para iniciar conversación.
– No, vine con mi prima.
– ¿Son de acá?
– No.
La conversación termina. Siempre me pasa lo mismo.
– A que adivino tu nombre…
– ¿A ver?
Le doy suspenso al asunto, me froto la sien. Invito al cosmos a darme la respuesta…
– ¿Eva?
– No, Sandra.
– ¿Sandra qué?
– Sandra a secas.
Interviene el cura. Trae ojos de loco. Se arranca la sotana como si estuviera prendida fuego. Grita, grita y grita. Dios, Dios, Dios. Intento hacerle ver que sobra, pero no parece comprenderme.
– Dale, macho, pirá. Que yo la vi primero.
– Dios, Dios, soy la rosa que sangra muerte y vida.
Sandra nos mira.
– ¿Amigo tuyo?- pregunta.
– Ni ahí, lo conocí recién.
– Me parece que está medio pirú.
– Y si- acota la heladera- Es cura.
– ¿Es qué?
– Cura.
– Si esa es la cura, no quiero ver la enfermedad.
– La enfermedad es el desconcierto.
– A mi amigo el tano le gusta la merluza.
– A mi también, bien hechita…
– Bueno, un gusto eh, nos vemos.
Sandra, contrario a los preceptos que fundan toda religión occidental, se va. No me ofrece la manzana, no me ofrece un carajo.
– Buena onda la piba- dice la heladera.
– ¿Si?
– No se, digo.
Me tomo un momento para reagruparme y pensar cómo conseguir whisky antes de que anochezca. Abro la heladera, pero está vacía, o llena de porquerías que no tire cuando todavía no eran tan radioactivas. Hay algo que parece comida china. Pienso que si me pongo una cadena de restaurantes de comida china en el jardín del edén me hago millonario. Pero no se preparar comida china.
Parece que este año vamos a comer mucha manzana, banana, pura frutita. Supongo que no me vendrá mal.
A modo de cierre, reflexiono:
Darwin estaba equivocado: la verdad es que no evolucionamos.

Martín Kohan
29 de Agosto La sede
Música: 2º sinfonía de Malher por la Orquesta
Policial erótico desde el baño, con doble final y borrado del texto en vivo.

Dijo Bertolt Brecht: hay que borrar las huellas.
¿Cómo se borran las huellas, estas huellas?
No conozco estos aparatos, nunca los uso; está máquina en verdad me ha violentado casi tanto como el hecho de que ella haya venido.
¿Cómo se borran las huellas en esta máquina? ¿Alguien sabe?
¿Es control e? ¿Y después borrar? ¿Es control e? ¿Y después borrar?
Es control e. Y después borrar.
Control e.
Y después borrar.

Jam libre
3 de Octubre
Musicalizó: Pablo Udenio
Delirio sin compostura, cadáver exquisito con alcohol en la sangre. La gente baila y la pantalla se llena.

Deformidad, el chico me miraba con esos ojos amarillos mientras se rascaba una parte de la espalda. Le entregué lo que había pedido y de su boca salió una especie de sonido gutural que supuse que significaba: gracias. Gracias le respondí yo porque me pareció de buena educación. Siempre fui un chico educado. Siempre supe comportarme de la manera correcta, pero un día me olvidé. Fue una mañana que no había sol. Lo recuerdo porque salí al balcón y me encandilé con la resolana de verano, tenía en la mano una botella de algo, podía llegar a ser agua o vodka. Me cubrí como en un acto reflejo y la botella húmeda de la heladera se escapó de la mano. Se escapó. Nunca me había ocurrido que una botella quisiera escaparse de mi mano. Si mi mano es tan suave que cuando me toco hasta suspiro de emoción. Pero ya no más. No más. Se escapó. La botella voló uno o dos metros hacia delante y después, como en un dibujito animado, cayó. El ruido que escuché no fue el ruido que se escucha cuando una botella se rompe. Antes me pareció que rebotaba en algo. Me imaginé que un canillita quedaría en el suelo sin poder entregar los diarios. Así que me predispuse a vestirme y seguir la ruta pactada. Pero no, no era un canillita. No era un hombre. En realidad era uno pero no parecía serlo. Era más bien una forma de cuerpo que nunca había conocido. Me emocioné y hasta creo que lloré. ¿Era un perro? ¿Era un gato salvaje? ¿Qué hacía un gato salvaje en una esquina de la ciudad. ¿Quería trabajar de canillita? Me puse lo primero que encontré y salí a la calle. Cuando llegué había, además del perro, gato o ser humano no humano, dos personas más. Una era una vieja divina que conozco porque me hace cada año el dobladillo de los pantalones. La otra era su amiga. Supuse que estaría preocupadas por la sangre que salía de la cabeza, pero discutían que tipo de animal era el que estaba en el suelo.
Una decía que en realidad no era un animal y sí un perro. La otra decía que sí. Sí, decía y repetía lo mismo, una y otra vez. Sí. Y cuando afirmaba movía la cabeza de abajo hacia arriba diciendo que sí. Sí.
Un rato después se fueron y me quedó solo con él. Le pregunté si estaba bien y lo ayudé a incorporarse. Le dije que pasara a mi casa. En aquel momento yo era una persona de buenos modales. Hoy ya no.
“Al mundo lo gobierna el rayo”
Y luego de eso el silencio. Tan solo el silencio.
En las noches Frias de Dionisius la ley busca legitimidad. La busca hurgando en la verdad ajena. Cada intestino tiene su forma de comunicarnos lo que cualquier día seria verdad pero hoy representa el dialecto de lo imposible. En dionisius nos encontramos, mi amor, somos la cama que se dobla bajo el peso de nuestro amor. Nuestro amor embiste la garcha que envuelve la esencia de nuestra mejor noche juntos. Hay cosas que no tienen que ver con esto: son pocas.
En as noches frías de la llanura el caballo se pregunta a donde va sin jinete. Muerto el desierto, muerta la yegua, no queda rumbo mas que este devenir. Al llegar al McDonald’s el caballo reflexiona: la cultura de consumo no me incluye. Al llegar a la ventanilla nadie le pregunta si quiere agrandar su pedido por cincuenta centavos.
En la noche fría de martes me pregunto, quien viene a visitar un planeta tan rojo, tan desierto, tan frio? Quien hace de su perversión una costumbre? Cocino bien y sin embargo no te invito. Soy así, la esencia del mal. Hoy te digo que podrías ser mejor. Que tu vida palidece ante la imagen de lo que es posible y se te niega por tus valores. Nicotina en vez de plegarias. Lo que fue enorme hoy es pequeño, y desde el pequeñísimo pretende reconstruir la idea de la montaña. Frente a la montaña somos la arena. La arena araña los pies de Marylin, mientras la actriz escala. En la cima, la absolución. El infierno es compartir los domingos. Ella quisiera ser mas, por que lo es. En la cima la espera la posibilidad de vernos, como una Madonna de bronce, la vista esculpida en el horizonte.
La superficie esta cada vez mas profundo. En los secretos que se borran cada vez que alguien decide embeberse para olvidar. Deicidio es el de Dios, que se mata a diario de risa por nuestro intento de significar una lotería sin ganadores. Sin embargo las chicas bailan y nos dan la opción de pensar en cosas que no tienen que ver con la muerte y asuntos digamos azules, por adjuntarle al color la idea de lo triste. Así es la mente: no puede entregar todo lo que contiene en un momento determinado, te la guarda como el banco: el que puso dólares se llevara dólares. Así los mejores recuerdos se pesifican hasta la idiotez de la idealización. Quedamos huérfanos de una historia coherente y así el delirio es nuestro padre fundador. Pobre de aquel que siga confiando en un ego que compile las vivencias que, recopiladas, representan su vida.
Ego es una miríada.
El inspector dirigió una mirada de soslayo a la concurrencia. Expectoró con gracia supina y sentenció:
– No manejo en estado sobrio.
A lo que ella agregó tímida y sibilante:
-Me rasgo las vestiduras cuando la culpa no es mía.
Cuando la conocí tuve todos los prejuicios. Nunca me imaginé que una chica que había ganado un reality show podía iluminarme de tal manera.
Suena Kiss. Todos bailan. La técnica del baile consiste en no hacerse cargo de que uno es simplemente un ridículo y que nunca lo hace solo en su casa. Y encima encierra un porcentaje alto (por decir algo) de seducción. Hay seducción en un montón de gente saltando como desquiciados?
Hay magia en todo esto? Es este un momento sublime de la historia de nuestras vidas? Deberíamos estar acá bailando?
La respuesta es simple: sólo usted lo sabe.
Feliz cumpleaños Haidu. Sos el único que sigue leyendo.

Adrián Haidukowski
6 de Octubre M.A.R.C. Museo de Arquitectura de la Ciudad de Buenos Aires.
En el marco de la Noche de los Museos 07
Musicalizó: Pedro De Matteis
Sótano azul, ciudades del mundo, historias de lugares, música lisérgica y mucha gente.

Ariel Schietini
31 de Octubre La sede
Musicalizó: Santiago Delucchi

Narrativa que se transforma, se reduce. Poesía nueva. De cinco páginas a algunos versos. Música pop escandalosa.

Una prenda en Berlín

Anoche había una manifestación feminista
en mi cabeza. En Berlín.
Terminó en riot y la policía reprimió.
-Por suerte, le dijo mi sueño a mi cabeza.
Porque iban a romper
las vidrieras de la frágil estructura
del cerebro humano.

Yo las acompañé, desde mi cabeza
hasta la comisaría.
Estaban La China, Ilona, Guadalupe y Sylvia
Por un momento pensé que Sylvia
lo había organizado todo.
(Trabajaba de célula interna).

La policía aprovechó para ponerles
esposas en las muñecas.
Y las muñecas les dolían por las esposas.

Para poner orden, les avisé que tengan cuidado
con Sylvia.
Que las haría sus señoras durante la noche,
o jugaría con ellas.
Ilona dijo:
“hubiera preferido estar muerta”.
Pero no lo quiso decir, adentro mío.

Creo que pedían cosas.
Tenían demandas legítimas.
Pedían más libertad, más espacio.
Pedían civilización.
El fin último de la lucha era
llegar a la conciencia.

Todo era tan freudiano
que le juré a mi cabeza no contarlo jamás.
Allá ellas.

Año 2008

Hernan Vanoli + Oliverio Cohelo
16 de Abril Podesta
Musicalizó: Dj Teem

Choques ruteros, música de viaje, volver a la vida.
Hernan Vanoli

1.
Nací el 20 de noviembre de 1980, en Santiago de Chile. Fue un parto prematuro. Mis padres se habían ido en viaje de negocios. Nunca volví a Santiago. Dicen que hoy Buenos Aires parece Santiago. Pero es otro humo. La cuestión es que en mi casa no había libros. Había tratados legales, jurisprudencia, ese tipo de cosas. De chico quería ser cirujano plástico. No se si era una vocación. Todavía me parece una profesión noble. A mi primera novela la escribí a los 18, a mano. Tardé seis meses en pasarla a computadora. Se la di a leer a un amigo de mi padrino que estudiaba letras y el tipo no tuvo rodeos. Me dijo que era adolescente. Es un karma que mantengo desde esa época. Quemé esa novela en el parque centenario, después del recital de una banda punk. Al archivo lo perdí hace unos meses. Todavía no había blogs. Menos mal.

El 23 de marzo de 2008, según el tipo que vino a remolcar mi auto volcado junto a la ruta 152, volví a nacer. En el viaje a la comisaría el tipo me contó que la noche anterior había habido un accidente con siete muertos. Siete cuerpos sueltos por el campo en medio de la noche, alumbrados por las linternas policiales. El tipo que me remolcó fumaba Jockey Suaves Largos que le colgaban de la boca. Los fumaba con desprecio, con algo de resignación. Había visto muchas cosas. Para cambiar de tema le pregunté que pensaba sobre los cortes de ruta de los chacareros. En el parasol había una estampita del Sagrado Corazón pintado con los colores de San Lorenzo. Me dijo que él estaba a favor del gobierno porque su padre había sido peón, allá en Catamarca. Me dijo que todos los accidentes eran culpa de la gente de Buenos Aires, que se creen que manejan porque tienen autopistas.

2.
Mordí la banquina en la ruta del desierto. En realidad la ruta se llama «Conquista del desierto». Eso es lo que dice el cartel que te da la bienvenida. Faltaban 8 kilómetros para el cambio de mando. Fue una de las pocas rutas que no cortaron en el paro. A los costados hay automóviles destruidos, y carteles que dicen, por ejemplo, «Yo tomé un par de cervezas antes de salir». El paisaje es burocrático. Mi auto empezó a girar en la mano contraria. Tres trompos, según me dijeron después. Era como manejar un submarino soviético, sin mantenimiento, condenado a transformarse en coral. Me tranquilicé cuando salimos de la ruta y entramos a morder el césped. Al menos no íbamos a encontrarnos con un Scania hambriento de convertirnos en achuras. No fue romántico. No sentí ningún tipo de excitación sexual. La literatura me había mentido una vez más. En la radio sonaba «Heal the world» de Michael Jackson. Lo único que me importaba era que mi novia estuviera bien.

Volvíamos de unas vacaciones de tres días en Bariloche. Para mí era un festejo por haberme sacado de encima a Dermott, mi inquilino irlandés. En los últimos meses Dermott ni siquiera me pagaba. Decía que sus hermanos lo habían estafado y le habían vaciado la cuenta. La relación con Dermott cumplió el arco típico: fascinación al principio, después la costumbre, al final un desprecio casi glacial. Ahora lo extraño. Dermott estaba obsesionado con la biografía de Pancho Villa, un libo de más de 800 páginas. Quería hacer una traducción. Trataba de instigarlo para que averiguase un poco sobre la vida de Mario Roberto Santucho. En su país iba a resultar más interesante que la vida de un tipo al que todos se imaginan con la cara de Antonio Banderas. No me hizo caso. Dermott era un extraordinario jugador de pingpong.

Mientras volanteaba el submarino empecé a escuchar la vocecita: «esto no te puede estar pasando a vos, esto no te puede estar pasando a vos, esto no te puede estar pasando a vos…»
Todavía trato de entender que tipo de fantasma se me cruzó cuando tendría que haber empezado a desacelerar. Supongo que es como me dijo un amigo: nunca estás preparado.

3.
En el medio, entre mi nacimiento y el choque, o entre el choque y mi nacimiento, pasaron muchas cosas. Choques. En la Argentina hay unos 8000 accidentes automovilísticos por año. El promedio da alrededor de 22 muertes por día. Somos la vanguardia del mundo. Lo dijo Toni Negri, allá en 2001 o 2002: Argentina, el laboratorio del mundo. Una frase que en algún momento me hizo sentir feliz. Si te ponés a preguntar un poco descubrís que casi todo el mundo tiene un choque en el placard. Un amigo que se quedó dormido en la General Paz y se despertó{o en una ambulancia. La cicatriz en el cuello de tu amiga moderna. Tu primo, que salió volando por la ventana. Te lo cuentan en la costa, mientras vacían el pote de ketchup en su cono grasiento de papas fritas. No lo registrás. Hasta que de a poco empezás a unir las piezas. Tenés el magma de una gran pesadilla colectiva, que arrastra pedazos de chapa, vidrios, pasto chamuscado, flashes en la oscuridad. Humo industrial que se pegotea en huesos al sol, huesos tibios en la noche, ropa rota, sal en las heridas. Estás ahí y te cuesta respirar, sos el poste de luz con la inundación hasta el cuello, o en la sala de espera de un hospital de provincia, esperando el certificado médico para hacerle juicio al seguro de tu vieja. Pero no voy a hablar de lo que les hacen a los cuerpos en la morgue. No voy a hablar de ese magnate hotelero y coleccionista de arte que les pagaba a los estudiantes de medicina por unos minutos de helada, gruesa, contemporánea intimidad.

Estás boca abajo, se desenchufa todo. Pero antes hubo otros choques. Una convivencia cuando estabas en sexto grado. Viajabas en uno de esos micros que los fines de semana se usan para llevar gente al hipódromo desde Lanús, Banfield, Lomas, Rafael Calzada. Yo quería ser sacerdote. Alvin Gouldner dice que todos los sociólogos en algún momento pensaron en hacerse sacerdotes y tiene razón. Quería ser sacerdote y en los asientos del fondo los chicos de séptimo hojeaban una revista porno. Todavía me acuerdo de esas vergas fucsia, plásticas, un poco pixeladas. Los denuncié con la maestra. Diez minutos más tarde chocamos con una camioneta que transportaba cajones de verdura. Al tipo le pusieron un cuello ortopédico y la excursión se suspendió.

Otro choque más. Un Falcon amarillo, antes de que yo naciera. Manejaba mi abuelo, después de un almuerzo, en el barrio de Floresta. Mi abuelo había tomado un poco y se cruz{o una chica en bicicleta. Se reventaron contra un árbol. Mi vieja estaba embarazada de m{i y recibió un vidrio en la frente. Por diez segundos pensó que estaba muerta. Una semana después todavía tenía costras de sangre en las pestañas. Mi abuela se quebró la mandíbula. A mi abuelo, que pesa 130 kilos, no le pasó nada. A mi viejo tampoco. A partir de ahí mi vieja nunca más quiso subir a un auto manejado por mi abuelo. Fue el inicio de las hostilidades. Hoy, dos años después de la separación, cada vez que hablamos de ellos con mi vieja, cada domingo, me hundo en los vahos de una Chernóbil doméstica.

4.
Ahora estás recostado en el auto que volcaste. Una familia te ayudó a darlo vuelta. Tu novia se fue con su amiga en una ambulancia. El novio de su amiga se fue a hacer la denuncia a la comisaría. Suena el celular. Es la madre de tu novia. Hablar con ella te tranquiliza. A los cinco minutos vuelve a llamar pero no atendés. Estás hablando con un tipo que venía en una F 100 y usa un gorro con visera de los New York Yankees. Te ofrece un garaje para guardar el auto en General Acha. Te pasa su teléfono, se va. La vocecita sigue: «esto no me puede pasar a mí». Después vienen más. Chacareros. Te ofrecen cosas, se solidarizan, pero tenés en claro que lo que tienen es bastante morbo. Te ponés paranoico. ¿Qué me quieren sacar? Una semana después le vas a comentar a tu viejo que los porteños no estamos preparados para recibir amabilidad. Todavía tenés el estigma, esa marquita, la idea que con un poco de mala suerte pasabas de víctima a verdugo. No querés pensar. Entonces se te ocurre abrir el baúl y buscar la novela inédita que te llevaste para leer en las vacaciones. Al abrir el baúl encontrás la botella semivacía del gin importado que te recomendó un amigo. Lo agarrás y tomás un trago largo. Al segundo te arrepentís, van a decir que estabas borracho. Escupís todo. Esperás a que no pase ningún auto y tiras la botella a las plantaciones.

La novela es de ciencia ficción, una especie de distopía trash post soja. Un poco paródica, pero me gusta. La protagonista, una pelirroja que se llama Zara, pertenece a una tribu nómada que deambula por campos llenos de ceniza. Se habla de una quema de libros, y su padre es el líder de la tribu. Se hacen llamar los Cartujos, y tienen como enemigos a otra tribu llamada los Paquidermos, que andan de espaldas con una rueda de bicicleta atravesada en el esternón. Los Cartujos son skaters, no tienen piernas. Se impulsan con las manos. Zara se enamora de Mangueiro, otro de su tribu que habla en portugués y le dice que la conoce de otra vida, que la vio en un fotolog. En un momento Zara se entera de que su padre es un traidor y lo asesina. Salteo unas cuantas páginas y ella es la nueva líder, forma una confederación de Duhaldistas militantes. Lo juro. Los Duhaldistas eran una especie de secta, una religión.

Más tarde me remolcan hasta General Acha y vaciamos el auto. Mi novia ya consiguió un hotel para que pasemos la noche. Vaciamos el auto, y recién ahí compruebo que ninguno de los cuarto tiene nada. El manuscrito no está por ninguna parte. Esa noche no sueño con el accidente. Sueño con Dermott. Estamos en un bar de campo, tomamos vino con soda. En un momento Dermott me dice: el fantasma que te chocaste era el Falcon de tu abuelo. Un Falcon amarillo. Por suerte no lo escucho. Abre la boca pero de sus labios, entre sus dientes sin esmaltes, sale una especie de gemido. Es un lamento o una canción. Me despierto transpirado y me arrastro entre las sábanas. Busco el cuerpo de mi novia.

Geishas, exilio, capitalismo y seducción
Oliverio Cohelo

El exilio como apropiación de la intimidad. Alguien que se exilia inventa de nuevo su intimidad. En realidad quien conquista el verdadero sentido de la intimidad es el extranjero. La conquista es tardía, posterior. La demorada se debe a que hay cierta intimidad, la que se consuma en los paisajes, en la memoria de los paisajes, cuando hay un retorno.
un regreso no implica sólo un reencuentro -desfasado- con la intimidad. Sobre todo cuando el retorno es el retorno de un escritor: regresa y descubre en sí una paranoia extraña: con una facilidad sobrenatural desentraña la paranoia en la que están sumidos los otros. Infinitas escenas cotidianas dan cuenta de ese hallazgo; cajeras de supermercado que fingen no percibir a la persona que está enfrente; derrotados que en bares de mala muerte perciben siluetas esfumadas, como si miraran a través de un vidrio empañado.
En cualquier regreso hay una rotación espacial y hay una escena, repetida inexplicablemente, que define la movilidad del espacio -o la inercia propia-: varias veces por día el escritor pierde sus anteojos. Varias veces por día debe renunciar a escribir. La pérdida es aliviante y paradójica: en vez de escribir el escritor recuerda. Precisa ahí una instancia que antecede a la escritura, y es una evidencia tan preciosa como inútil: está vivo. Ya no es necesario escribir-

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Tal vez no existan dos países tan exactamente Corea; el suficiente para que los recuerdos de ese país se naturalizaran y se volvieran los recuerdos grises de un habitante incomunicado, de un extranjero. De Japón, donde no llegué a pasar un mes, en cambio, guardo recuerdos que tienen un volumen injusto, máxime si se considera que todo lo que viví ahí fui prosaico, y todo lo que observé se adecuó a mis cálculos. Llegué a un lugar en el que ya había estado. Atribuyo la impresión a que el temperamento del verdadero viajero -alguien que no deja de despertarse al mediodía y es capaz de pasar días sin hacer nada- es pesimista. El verdadero viajero se mueve para comprobar que es imposible vivir en el presente. Por lo mismo, mucho después, el viajero genuino, recuerda, vive, y se apropia de recuerdos que son de otro. Como en los sueños, el dueño de la experiencia es un otro.
En un film de Hou Siao Sien encontré precisamente las texturas del recuerdo. La película es menos un homenaje a Ozu, que una puesta en escena de los recuerdos de un cineasta taiwanés. Ahí Tokio aparece como una ciudad abandonada, una ciudad demorada sonoramente. Uno de los personajes, de hecho, se dedica a aprehender sonidos.
Algo que percibí al llegar es que incluso el sonido de las máquinas esta dosificado. La única máquina que no ha podido ser domesticada por el hombre es el tren… Su ruido absorbe o anula los sonidos restantes de la ciudad. De hecho el tren, en Tokio, es lo que humaniza.
Por circunstancias del azar -un azar pecuniario-, me alojé en las afueras de Tokio, al sur de Shinagawa, donde convergen varias líneas del Shinkansen. Podía pasar horas en esa estación, sopesando la partida y el arribo de gente que sólo se miraba pasajeramente a los ojos cuando alguna pregunta desesperada -como las que puede improvisar un viajero- se interponía en su camino hacia la única verdad de Oriente: el trabajo.
Abandonar la pacífica clandestinidad de las estaciones y los rieles -una ciudad paralela- implicaba un descenso hacia el extremo más sofisticado de la civilización, el capitalismo más fluido que pueda imaginarse, mujeres de contaminada suavidad que cuidaban demasiado su forma de vestir, colegialas que todavía, a diferencia de las mujeres encarecidas, no podían evitar jugar con la mirada de un occidental. Contrario a lo que el imaginario occidental construyó, no hay diversión tan graduada y neutra como la de los barrios jóvenes de Tokio. Shibuya es el centro de atracciones; de día asombra la constelación de hotel alojamiento desiertos. De noche, cantidad de jóvenes que se desplazan infructuosamente de la alienación al deseo. La percepción de ese desplazamiento, la fantasía de que alguna mujer atravesara el límite espejado que separa la costumbre y libertinaje, se transformó durante noches de observación en el vicio del escritor -ese otro que recuerda en Buenos Aires-: capturar una lolita, una émula de la protagonista del Imperio de los sentidos. Pero las geishas se han extinguido. Quizás el costo de un capitalismo tan fluido haya sido el adelgazamiento del deseo, la extinción de formas inalienables de la seducción.

Samanta Schweblin + Pedro Mairal
21 de Mayo Podesta
Musicalizó: Dj Teem

La huesera y sus familiares
Samanta Schweblin

Detrás de los argumentos clásicos a favor del destino resiste el espíritu de un hombre joven que descree de las leyes de la imprevisibilidad y el caos. Este hombre detiene su coche en medio del desierto patagónico. Quizá sea la primera vez que está solo. No hay un árbol, un poste, un solo auto.

Trabajar en la huesera tiene sus ventajas. Nos dan un traje, para no mancharnos la ropa, nos dan de comer, nos pagan bien si algo pasa y tenemos que quedarnos unas horas extra. El jefe siempre quiere lo mejor para nosotros. Dice que trabajemos derechos, por el tema de la espalda, y que usemos anteojos, por el reflejo de los huesos. El sistema es simple. Un camión municipal entra por el frente, deja los huesos en el centro del playón, frente al almacén, y sale por la parte trasera. Los huesos pertenecen al estado, y acá se quedan. El pibe y yo nos ocupamos de cargarlos, limpiarlos si es necesario, y llevarlos al almacén. Mi hermana dice que el pibe y yo somos los únicos que trabajamos de hueseros porque somos los más imbéciles del barrio. Que el estado nos contrata por eso.
Claro, a veces hay problemas. Esto de cuidar la huesera no es tan facil. Están los policías, los abogados y los agentes de seguro. A veces insisten en entrar para revisar entre los huesos. Esto no está permitido. El pibe se les planta. Y se hace respetar. Después están las madres, las hermanas, las hijas, las mujeres. Con esas es más difícil el no. Lloran, furiosas. Dicen que entrarán de todas formas. A veces en ves de a seguridad llamamos a los de enfermería. Y después están los perros. Estos se meten y es difícil agarrarlos. Pero ninguno sale con nada en la boca. A mí hay tres cosas que me gustan. Caminar hasta la huesera, charlar con el pibe, y trabajar en la huesera. Así que mi vida, digamos, es bastante feliz. A veces, cuando el jefe no nos mira, nos paramos en el playón y jugamos a hacer malabares. Tiramos los huesos por el aire, y el primero en hacer desparramo compra el almuerzo.
El problema empezó la tarde que perdimos el fémur. Una noche murió el padre del pibe. La madre del pibe apareció al día siguiente. Furiosa. Golpeaba el portón como si escondiéramos a su marido del otro lado. El pibe no le abría. Porque así somos los que trabajamos para el estado. A pesar de lo que dicen, y las cosas que hay que escuchar. El jefe siempre dice que profesionales como nosotros no hay en ningún lado. Nos hace notar lo afortunados que somos por trabajar en la huesera, nos acomoda las solapas del traje, y nos manda de vuelta para abajo.
Entonces algo pasó con el pibe. Abrió la puerta, y la madre entró. La vieja fue corriendo hasta el pilón de huesos y empezó a revolver a los gritos. Los huesos viejos suenan como ladrillos. La vieja hizo tanto ruido que alguien debe haber avisado al jefe. Me acomodé las solapas, por si venía. El pibe la veía revolver y se agarraba la cabeza. Bajaron los de seguridad, seguido por el jefe. Parece que la gente venía con la vieja. Armaron una ronda, agarrados de la mano. No sé si eran sufrientes para dar la vuelta a la huesera, pero desde la garita se veían unos cuantos. Tenían carteles que decían “los huesos son de todos”, y gritaban el nombre del padre del pibe a coro. Había algunos vestidos de blanco. El jefe me llamó a los gritos. Bajé con las solapas acomodadas, derecho. ¡Que hace el pibe? Me dijo ¿Quién mierda es la vieja? Yo traté de explicarle. Explicarle a favor del pibe, claro. Porque de eso se trata la amistad. Pero el pibe ya estaba agachado junto con la madre, escarbando también entre los huesos. La situación era indefendible. Estoy nervioso, le dije al jefe. Usted es un imbécil, me dijo el jefe. Pensé en eso que había dicho mi hermana. Quizá las hermanas siempre tienen razón. Saque al pibe y a la vieja de la huesera, dijo el jefe. Asentí. Corrí hacia ellos. Estaban los dos en cuatro patas, moviéndose entre los huesos. Entonces fue que pasó lo del fémur. Que entre la lucha y la discusión, un perro que andaba cerca eligió uno y salió corriendo. Los de seguridad empezaron a los gritos. Se encendió la alarma. Yo no sabía que había alarma. Eso era nuevo. Nunca había pasado algo así. La vieja y el pibe se quedaron mirando, pero algo los había desconcentrado. Se pusieron de pie, como si el revuelo que armaron hubiera sido suficiente para ellos. Le hice una seña al pibe. Inentendible para cualquiera, pero que entre nos era clara: salí ahora, ahora. El pibe agarró a la madre y salieron detrás del perro.
El jefe reputeo a todo el mundo. Hizo cerrar las puertas, y mandó a los de seguridad a sacar a la gente que seguía cantando afuera. Creo que ni él ni los otros se dieron cuenta de lo del fémur. Como cuando se acercó hacia mí pensé que me iba a matar, le dije otra vez: estoy nervioso. Aféitese, me dijo. Relaja.

Eso fue lo del femur, que parece poca cosa. Pero desde entonces algo pasa con el estado. Es como si faltara algo, como si ya no tuvieran todas sus partes. A veces ves a los de administración, y te causa gracias, porque ya nadie se para derecho. Es como si cojearan. Cuando van al traumatólogo el tipo los planta frente al espejo y cuando los ve inclinados les dice: yo creo que es el fémur. Imposible, responden. El fémur está perfecto. Nunca estuvo mejor.
Ahora estoy en la garita. La gente camina y mira de reojo. Algún gracioso hizo cientos de remeras negras con el fémur estampado y todos andan por ahí pavoneándose con la novedad, mirándonos con recelo. Yo pienso siempre en eso que dice mi jefe, eso de que en el estado somos súper profesionales. Lo que creo es que no son buenos tiempos para el estado. Eso, que no son buenos tiempos para casi nadie.

Ex novias presentes, desconsideración por el autor.
Pedro Mairal

No sé qué hacés acá. Quemando me el bonete. Pero bueno.
La verdad que tenía ganas de verte así que esto será una carta para vos, supongo.

Lo cierto es que ayer a la noche caminé de vuelta por Pacheco de Melo. Iba pisando hojas mojadas y las entradas de los departamentos me iban iluminando con esa luz paranoica para que los vecinos no tengan miedo. Pero a mi me parecía que se iluminaban para castigarme, diciendo va solo, va solo. Ahí va sin ella. Por la misma calle. Así las cosas.

Y sobre todo cuando me acuerdo de vos me gusta acordarme cuando en tu casa te dieron ganas de fumar. Estabamos en tu cuarto. Y no querías fumar en tu cuarto por el olor a pucho o una cosa que viste de incendios que se originaban por gente fumando en la cama. La cosa es que yo quedé en la cama tirado y vos te fuiste a fumar al living.

Y te veía solo cuando pegabas una pitada y se te iluminaba la cara. En la oscuridad. Cada pitada te veía la cara. Medio lejos. No me acuerdo qué hablábamos. Pero a mí me pareció que la gente es un poco así. Digo. Esa distancia entre vos y yo. Es la distancia que hay entre la gente. Uno se abraza, cree que está cerca pero en realidad está así medio lejos. En la sombra. Y apenas lo ves al otro de lejos y un instante. Uno cree que se agarra de la mano etce etc. Pero no. Igual estaba bien. Me gustaba eso. De hecho me gusta la distancia entre la gente. Soy un poco distante. Supongo.

Y no sé qué se me dio ahora por decir (escribir) esto delante de todo el mundo pero me chup un huev. La verdad. Porque hace rato que no escribo nada. estoy entregando columnitas para distintos medios. Columnitas que me secan el corazón jugoso de la prosa.

El año pasado tuve ganas de escribir como cinco novelas.
Una era sobre un marido que se va de vacaiones con mujer hijos etc. No coje nunca. Y está rodeado de mujeres hermosoas. Entonces se va a un puterío medio hediondo. Se hace el que va a jugar al golf, pero se va a las 11 am al puterío cuando están barriendo. Pero igual le abren. Y medio se enamora de una puta gorda. Hermosa. Es lo unico real. Todo lo demás le parece una (se mete bill gates en mi texto). La gorda es hermosa y nada más. Lo quiere un poco. Se le murió el marido jardinero electrocutado. Y el se pone la ropa del marido muerto y por unos días medio fantasea con meterse en ese destino. Ser el nuevo marido de la gorda. Cuidarla. Cuidarla mucho. Sacarla del oficio. Etc. Ser jardinero. Dejar a su familia de barrio norte que se pudra. Etc. Al final no sé como terminaba poruq nunca lo escribí.

Otra novela que no escribí era sobre un equipete de fútbol 5. De esos que se juntan todos los jueves. La cosa es que en medio de un partido que va bien (el equipo del narrador va ganando) cae la cana. Y se llevan a los hombres jóvenes en una leva. Para el ejército. Los meten en camiones. Porque hay emergencia nacional. Y somos todos nosotros. La vanguardia del open gallo. Y nos llevan a unos botes. Nos embargan al río de la plata. Qué más pasaba? Sí. Nos hacían pescar unos bagres gigantes. Peces de río que por una peste química se habían vuelto gigantes. Era una especie de moby dick del río de la palta. El río de palta. Y solo había hombres. Mucho hombre. Nos castigaban. Y yo laburaba en la cocina. Medio flaco debilucho. Era cocinero. También salía en los botes a pescar surubíes gigantes. Los arponeábamos. Un gran delirio. Pero no la escribí. En un momento empezámabos a coger entre hombres. Pura calentura. Hasta tenía pensada una línea de diálogo. Algo que yo escuchaba atrás de un pajona. Uno le decía a otro. “Dale, chupámela bien, yo te la chupé bien”.
Pero no será escrita tampoco o quizá alguún día. Ya la estoy diciendo acá.

Así que todo este tiempo sin escribir. Y pensando en mandarte mails y no. Nada. solo esos mensajitos de texto. Cómo estás? Bien. Tomamos un café un día de estos. Etc. Debés ser la mina más linda con la que salí jamaás. Y te lo dije muchas veces.

No pudiste soportar el hecho de que…
Y yo tampoco pude soportar el hecho de que…

Así que todo seguirá para adelante y se convertirá en cuentitos. Poemas? Ya no escribo poesía tampoco. Solo columnitas. Firmadas prolijamente. Textos sin semen. Sin conchas. Textos correctos para que lea la familia argentina. Un consumo de textos extraño el del periodismo. El lenguaje como relleno de almohadones. Dos mis quinientos caracteres. Bla bla bla krischener Etc el tren bala, tinelli. Temas de actualidad. No hay nada que me interese menos que la actualidad. Aclaremoslo. Sobre todo la actualidad que propone el periodismo. Me interesa tu actualidad. La mia muy poco. No me soporto. Mi actualidad es lo pior. Soy todo pasado. (mentira pero me gustaba decírtelo. ) cuántas veces te habré mentido y no sabía si te dabas cuenta. A veces.

Tengo ganas de escribir un libro largo. Una novela. Tengo ganas de irme a vivir a entre ríos con vos. Tengo ganas de tener perro. Ganas de bajar la persiana. Ganas de hacerme el misterioso. Cambiar de identidad. Insoportable. Pero sí de irme con vos y escribir una novela larga sobre la forma en que fumás. Un captítulo entero dedicado a la forma en que fumás. Cuando subís una pata a la silla y te abrazás una rodilla y fumás. Mirás. Decís cosas. Con quién fumás ahora. No soy celoso. Pero no me digas. Y saludame después como si nada.

Bueno. Esto es más o menos lo que te quería decir. Aunque sea mentira. Aunque nunca hayas estado acá. Y todo sea un gran bolazo. Nunca pero nunca le creas a un tipo que se dice escritor.

Juan Terranova + Federico Levin
18 de Junio Podesta

Juan Terranova
Tengo una historia simple.
Hace un par de días me invitaron a comer un asado. Un asado en una terraza.
Compañeros del colegio, esos asados. Y como no había carne
que un pibe que yo no conocía chupó un cuchillo con dulce de leche a las cuatro y media de la mañana en un asado. Y se abrió la lengua al medio. Un cuchillo con el que había cortado una torta en un asado con ex compañeros del colegio. Estábamos en la cocina. Y él entró y dijo «chicos,creo que me sale sangre». Estaba borracho y no se daba cuenta de que hablaba y le caía sangre por la boca y el cuello. Había pasado el asado. Eramos unos quince, después menos. En una terraza. Cuando se hicieron las dos de la mañana quedabamos menos. Unos seis. Y el pibe este se acercó a la parilla y vio un torta. Un torta a medio comer y alguien había usado un cuchillo para cortarla, un cuchillo con filo. Y fue y le pasó libidinalmente la lengua. Y apareció en la cocina con la lengua abierta y diciendo «chicos, me parece que me corté». Yo no soy un tipo impresionable. Pero había una novia. Siempre hay una novia. Y se desmayó. Y todos corrieron a atenderla a ella. Mientras el pibe, yo no sabía el nombre, se desangraba. Tenía puesta una remera de los ramones. A mi me dio un poco de asco. Entonces, alguien dijo que había que llevarlo al hospital. El pibe a esta altura… Bueno, yo no sabía de dónde había salido. Tomamos un taxi. Yo lo paré al taxi, mi intención era quedarme en la vereda. Pero de golpe me veo arriba del taxi, con el ensagrentado y una chica que tenía puesta una mini de jean. Y el texista nos preguntó a dónde íbamos. Es probable que el pibe estuviera duro porque no hablaba. Igual, la sangre se le escapaba entre los dedos cuando se tapaba la mano con la boca. En un momento se me ocurrió que lo que había que hacer. Lo que había que hacer era parar el taxi y pedirle a ella que le diera un beso de lengua. El taxista lo vio y nos llevó a un hospital. Llegamos y me di cuenta de que ellos tenía algún tipo de relación sentimental. Ustedes entienden de qué les hablo. UN día vas a comer un asado estás tomando una cerveza hay carne en la parilla ese olor a carbón, a leña está todo por empezar hay hasta una chica linda que no conocés y que no te presentaron y vos no te presentaste y de golpe esa chica le está sosteniendo la boca a un pibe que chupó un cuchillo en la puerta de un hospital público. Mi cuento preferido es el cocodrilo de Dostoieski. Es la historia de un tipo que vive adentro de un cocodrilo. Ese es mi cuento preferido. Bueno, en ese momento me hubiera gustado estar adentro de un cocodrilo. No suena tan espectacular, ahora. Pero en ese momento estuvo mal. En la sala de urgencias el pibe entró enseguida y yo me quedé en la sala de espera. Era como estar en el youtube pero no podía elegir. Era como estar del otro lado del youtube. Atrapado. Un tornado, un partido de futbol japonés, un hombre con diarrea, una chica hablándole a cámara pero todo en silencio. Ella me preguntó cómo se llamaba el deslenguado. Le dije que no sabía.
– Ah, pensé que era tu amigo.
– No.
Estábamos los dos manchados de sangre.
– Vos…
– No, no lo conozco.
– Soy amiga de Vero.
– ah
(silencio impenetrable de hospital)
– Le podrán coser la lengua?
– S{i, supongo que sí.
– Vos sos amiga de Joaquin Linne?
– Sí, es compañero mío en sociales.
– Ah.
– Sí, le tengo mucho cariño.
– Es tartamudo.
– Sí, pero lee muy bien.
(Yo me refería a que lee bien en el sentido de que sabe leer textos infiriendo conclusiones estético-políticas de cada texto, pero igual quedé como un boludo.) Estuve a punto pedirle (bueno, le hubiera pedido cualquier cosa.) Se entiende? no?
– Estudiás sociología?
– Sí.
– Ah.
(Ah…)
En realidad, la situación era muy parecida a estar acá. Yo trataba de remarla sin saber bien qué pasaba del otro lado. Finalmente, el imbécil salió con una benda en la boca. No podía hablar así que un enfermero nos dijo: «Traten de que no hable mucho».
Salimos del hospital. Ella lo llevaba del brazo. A esta altura, todos tenías HIV positivo o
mononucleosis o lo que fuera que portara el pibe, porque estábamos llenos de sangre. No había nada. No había taxis. No había remises. No había gente. Estábamos nosotros tres, ensagrentados, listos para empezar una macumba. Le sacábamos la remera de los ramones, la poníamos en el piso y arriba hacíamos un pentaculo con saliva tomabamos una pastilla y después fornicábamos y el mudo aplaudía. Yo le metía los dedos a ella para lubricarla bien. Mucho trabajo previo en el pavimento del estacionamiento del hospital. Y el otro, aplaudiendo y rebuznando, porque no podía hablar. Pero no. El pibe dijo algo. Yo entendí pero igual me hice el tonto. Qué dijo? No sé. Había dicho «vamos a tomar algo». Una cerveza no se le niega a nadie. Entramos en el bar. Y parecía una película de Carpenter. El idiota, la chica y el vaquero. Yo era el idiota.

Federico Levin

Bulnes.

En la CALLE BULNES (listo, ya con eso me meto en una antología temática… En esa calle, que no es muy lejos de acá, hay un lugar perfectamente cool. Este. Se llama Este porque está en el extremo oriental del barrio.
Mi abuelo decía, antes de morir (obvio), decía:
– el único extremo oriental, es la espada de un samurai.
En fin. Por suerte, después se murió.
Espacio.
Necesito espacio.
Una vez me separé porque no podía escribir con gente alrededor.
Qué gracioso. Ahora estoy haciendo esto, que, como diría un esritor: «no es poco raro». Por no decir que » es raro». En fin. Coolnes. ¿Qué es ser cool? El manual de las formas de mantenerse de pie explica con «no poca claridad» que ser cool tiene que ver con claro, el modo de mantenerse de pie. O en pie. En fin. Un lugar, por ejemplo Este, no es cool si se lo mira cuando esta vacío Sin gente. El coolnes está en los habitantes y sus modos específicos de estar parados. o sentados. Es la posición ergonómica perfecta para ser interceptados por cualquier otro. Me paro así, medio de costado, como cayéndome en un sueño, como cuando uno quiere gritar en un sueño y no puede. Así se es. Cool. De todas formas, eso no está del todo mal.
Una vez, sin ir más lejos, me acuerdo de una historia.
La Historia:
Esta historia transcurre en el futuro. El que pasó. Dicen que en el futuro ya no existían los espectáculos de payasos. Así fue. No los había. Se dan algunas razones.
1- cuando se estancó el avance de la expectativa de vida promedio, los humanos, que habían avanzado siempre hacia delante se vieron en la obligación de comenzar a avanzar (en lo que respecta a la edad, claro) hacia atrás. Entonces los nenes comenzaron a utilizar actitudes y posturas adultas cada vez más temprano. La idea era estirar la duración de la vida, pero hacia atrás, hacia antes.
Querían empezar a vivir y producir (vivir es producción) desde el año de vida, incluso antes. La fantasía era que el humano lograra vivir como adulto desde su período de gestación placentaria. O incluso antes. En la tierra de Los Inconcebidos. Eso que tiene que ver?
Que no les daba ninguna gracia es espectáculo patético de los payasos. Esa es una teoría. Hay otras.
2- Gracias a la sanluisación de latinoamérica, se logró un nivel de desempleo nulo en el continente. Los payasos, eso es claro, representaron siempre los dolores del desempleado. Eso de hacer estupideces de un lado para otro, con otros amigos que tampoco trabajan y se golpean entre ellos. Al caer el modelo, la presencia de los payasos en el continente se volvió innecesaria.
3- Etc.
Eso sí, atenti: desaparecieron los espectáculos, desapareció, digamos, elpúblico de los payasos, pero no ellos mismo. Al contrario. Había cada vez más. El tema es que se juntaban entre ellos para ver, como le decían «presentaciones payasasescas». Lo que antes era un insulto, decir que, por ejemplo, el payaso Plax era un «payaso para payasos», ahorase había vuelto la realidad más tangible, por lo tanto la más erótica de las realidades posibles. Aunque no tan graciosa.
Un grupo de payas amigo organizaron una terutulia. Asis estuvo entre los asis tentes. Se tentaron todos. A los quince minutos, pero no de risa, sino de seriedad. Porque para ellos era todo… como decirlo, tan al revés. Un payaso se subió al escenario, el presentador. El payaso Revierte. Hizo un par de números. El 2 consistía en que se tomaba un frasco de análisis de orina como si fuera cerveza. Y escupía. Todos lo miraron seriamente, algunos anotaban cosas en cuadernos. Al día siguiente, payaso Conex comentó en un periódico: «el payaso revierte presentó un número que se inscribe en la tradición del payasismo escatológico, inaugurada sin exito en la década del…» Y así. La cosa se ponía seria y solemne, hasta que unos payas guiados por la impostura sabia de Don Dolores, decidieron juntarse a leer teoría del payasismo. Esa noche fue extraordinaria. Dolores leyó, desde el estrado, con la cara completamente desmquillada, mientras daba pequeños sorbos de un vaso de agua «no poco» saborizada leyó algo así:
De por qué se extinguió el público de payasos. Relaciones entre payasismo, onanismo y mercado: 1- cuando se estancó el avance de la expectativa de vida promedio, los humanos, que habían avanzado siempre hacia delante se vieron en la obligación de comenzar a avanzar (en lo que respecta a la edad, claro) hacia atrás. Entonces los nenes comenzaron a utilizar acitutdes y posturas adultas cada vez más temprano. La idea era estirar la duración de la vida, pero hacia atrás, hacia antes. Querían empezar a vivir y producir (vivir es producción)desde el año de vida, incluso antes. La fantasía era que el humano lograra vivir como adulto desde su período de gestación placentaria. O incluso antes. En la tierra de Los Inconcebidos. Eso que tiene que ver? Queno les daba ninguna gracia es espetáculo patético de los payasos. Esa es una teoría. Hay otras. 2- Gracias a la sanluisación de latinoamérica, se logró un nivel de desempleo nulo en el continente. Los payasos, eso es claro, representaron siempre los dolores del desempleado. Eso de hacer estupideces de un lado para otro, con otros amigos que tampoco trabajan y se golpean entre ellos. Al caer el modelo, la presencia de los payasos en el continente se volvió innecesaria. 3- Etc.
Fue un éxito rotundo, redondo. Los payasos presentes, «no menos de» 60, se cagaron de risa durante toda la exposición. Raro. Dolores no lo esperaba, el Loco Dolores, pero pasó: había quedado del otro lado del ridículo. Dicen que del ridículo no se vuelve. Lo que no se piensa es que lo mismo pasa en sentido contrario. No se vuelve. Nunca se vuelve. Entonces El Loco Dolores empezó a ponerse serio, cada vez. Empezó a hablar de política y de actualidad. Y se le cagaban de risa. En un diario de la época, cuando el contexto político enrarecido se lo exigió, escribió un texto que se convertía en mítico para la poética payasesca.
«La verdad es que en el marco de este conflicto, no me declaro ‘peronista’ ni ‘sojista’. En materia política el único ‘ismo’ que me cabe, es el ‘espejismo’.
Con esto quiero decir, hablo de política para mirarme en mi espejito, toda llena de maquillaje y relojes en el cuello, y que los demás se sientan envidiosos demi claridad concectual. Y en el espejo el payaso debe demostrar que toda tragedia, todo relato, que se repite dos veces: primero sucede como tragedia, la primera vez que se repite es como farsa y la segunda… oia! la segunda, bueno, otra vez como tragedia. Decía, todo relato coletivo es apenas el rejunte anárquico y payasisado de los susurros, las canciones de ducha y la lucha de cada uno con su propio espejo se encuentra con cada otro y ahí, sólo ahí, los maquillados damos batalla colectiva.
Quiero decir, todos somos payasos, militantes de una causa que desconocemos. Tomá mate.
En fin, no se si les conté la historia de una amigo que se masturbaba en los baños de bares. Este. Es una historia muy linda, rica en matices, que ahora me haría sonrrojar. Y se me corre el maquillaje. El espejismo nos demuestra, al fin, que todo lo que pensamos de nuestra propia imagen, de nosotros mismos y por la tanto de nuestro aporte a la comunidad, no es más que una ilusión generada, en principio, por la sed. Tomá mate de vuelta. Y me dicen payaso. Manga de giles». Así terminaba el texto de La Loca Dolores en el diario «De la época». El texto fue luego recogido por un antologador de textos de humor político en tiempos de cirrosis.
No es poco. Nunca nadie supo del amigo onanista de Dolores.
(gracias por la birra, che)
Pero ahora los sabemos. Está en un bar cool. Este. Donde todos se encuentran pero solo.
En el baño. pajeándose para poder, después, hacer un poco de pis. Pensando cosas.
Es raro. A la masturbación se le dice ‘paja’. La paja denomina también cierta pereza.
Supongo yo que si la masturbación se emparenta con un pecado es con cualquiera
menos con la pereza.

Florencia Abbate + Jordi Carrión
16 de Julio, Podesta
Musicalizó: Fede Pintos

Florencia Abbate

Esta tarde, saturada de escuchar en los medios que todos deberíamos estar siguiendo permanentemente lo que ocurre en el Senado, apagué el televisor, desconecté internet y me dediqué a leer un viejo, recibido el 28 de diciembre de 2004.
Decía, más o menos….

Querida Flor:
Si supieras lo que estuvimos viviendo no preguntarías por esos archivos. No recibiste mi último mensaje? Te contaba que Diego y yo veníamos a pasar Año Nuevo a una isla asiática…
En fin…Una visión terrible se despliega ante mis ojos como una suerte de mantel al viento…Por dónde comenzar a describrir el fin??
Trataré de resumirte un poco nuestros últimos días… Me desperté escuchando un ruido extraño, como si alguien estuviera tocando la puerta de la cabaña. Me acerqué a la ventana y noté que el mar había crecido bastante, tal vez unos diez metros, y que las olas parecían más furiosas que el día anterior. De pronto, una delgada línea de agua comenzó a filtrarse por debajo de la puerta, cada vez con más velocidad, y entonces vi que los surfers que volvían caminando a las cabañas, sus pies en la arena, tambaleaban y caían tumbados por la ola.
Entre ellos alcancé a ver a Diego, que pudo levantarse y quedó con el brazo suspendido en el aire, señalando algo en dirección al horizonte. En ese momento, los tailandeses que alquilaban los bungalows vinieron a decirnos que teníamos que recoger todas nuestras cosas y trasladarlas al segundo piso de la oficina…así que empaqué, lo más pronto que pude, agarré los pasaportes, la cartera y la notebook donde estaban los archivos que me pedías…
Llegué a la oficina y me quedé contemplando la playa. Ya no era una ola sino muchas las que subían hasta atravesar los bungalows, los comercios, llevándose por delante los puestos, las mesas, las sombrillas. Estaba tratando de divisar a Diego entre esos continentes de cosas que se desplazaban flotando cada vez más cruelmente, y de repente, otra ola se abatió sobre la oficina y la hizo -literalmente- desaparecer. Fui arrastrada durante unos minutos y, por suerte, la corriente me depositó justo entre unas valijas y un árbol, de una de cuyas ramas pude agarrarme. Permanecí ahí, no sé cuánto tiempo, mirando cómo los otros turistas intentaban a trepar a los techos de las construcciones que habían persistido, y vi cómo muchos eran alcanzados por el agua en mitad de la escalera.
Lo que pasó después no podría describirlo… Sé que el agua empezó a retirarse, que traté de aferrarme más fuerte pero no lo conseguí, y que enseguida me vi viajando en dirección al horizonte donde Diego miraba la última vez que lo vi… No vas a creerlo… Imaginate… dos días enteros flotando sobre una puerta, que me salvó: una puerta me salvó, increíble. Allí iba yo, como en una canoa, casi inconsciente, pensando en todas las cosas que pueden perderse en un instante, pensando en cómo, en un instante, el paraíso se convierte en un infierno.
Fueron muchas las ideas que pasaron por mi mente durante esas eternas 28 horas. Pensaba en que había perdido completamente el contacto con la gente, con Diego, pensaba en esos helicópteros que sobrevolaban mi cabeza sin escucharme, y pensaba que ya nada volvería a ser igual.
Perder… Qué verbo extraño, no? Perder la vista, perder las llaves, perder una causa perdida, la virginidad, qué lástima, los mapas, perder el hogar, la memoria, el tiempo, el paraíso…
La corriente me llevó lentamente hacia otra orilla y, una mañana, abrí los ojos preguntándome si el mundo seguía todavía allí. La playa estaba completamente desierta. Ya no se oían los helicópteros, ni los gritos, ni los aullidos de pánico… Sólo veía un paisaje apocalíptico, pero sin nada épico o romántico, sin nada más que basura, ruinas sobre ruinas.
A lo lejos distinguí una palmera de la cual colgaban dos o tres personas y empecé a caminar hacia allí. Resultó ser un turista belga que había amarrado con toallas a sus hijos a esa palmera para que no se los llevara el agua. Abajo, un turista noruego lo ayudaba a hacerlos bajar. El llevaba todavía una cámara y me mostró, momentos después, desesperado, el momento en que su pareja se alejaba flotando entre valijas, lámparas del hall del hotel, una carpa, maderas rotas y souvenirs en torbellino… Le dije que a mí me había pasado algo parecido, pero no tuvimos tiempo de compadecernos mutuamente porque en ese instante se cortó la luz en toda la isla. A oscuras, nos quedamos esperando que llegara una 4 x 4 que supuestamente nos iba a trasladar hasta la ciudad más cercana, donde estaba la Cruz Roja trabajando.
Mosan, un adolescente del lugar, era quien organizaba a los turistas que habían permanecido, como yo, en ese margen. El chico era realmente admirable. Rescataba personas allí donde nadie las veía, y tenía toda la piel arañada y lastimada por algunos a quienes había intentado levantar, antes de que el agua los arrancara de sus brazos.
Cuando llegamos a la ciudad pude tener una dimensión acercada de lo que había sucedido. Hasta entonces, sólo contábamos con los mensajes que unos turistas alemanes -que habían ido a pasar la luna de miel pero habían terminado convertidos en Voluntarios- recibían en sus teléfonos celulares. Por todo el mundo mostraban las noticias del tsunami, calculaban los daños, contaban las víctimas, pero nosotros, que estábamos allí, no sabíamos nada.
La ciudad estaba devastada. Ya no había tiempo siquiera de identificar a los cadáveres, porque muchos ya habían empezado a descomponerse y el riesgo de que propagaran enfermedades crecía. De modo que veíamos los bulldozer recogiéndolos y tirándolos a fosas cavadas rápidamente para la ocasión.
Yo pasé a formar parte del pequeño contingente de extranjeros que pululaban por los hospitales tratando de encontrar a las personas que habían perdido. No había novedades hasta que llegamos a un templo mariano. Jamás voy a olvidar esas imágenes. De un lado, varias personas que habían sobrevivido a la corriente que empezó a llenar el templo durante la misa, se preguntaban incrédulos: Dónde está Dios? Del otro, un grupo de niños que sufrían trastornos tras haber visto a sus seres queridos desaparecer en la ola, eran supervisados por una maestra que los obligaba a rezar el Corán para que no pensaran en lo que había pasado.
Un poco más atrás, en el punto donde antes existía al parecer una ventana, llegué a ver el rostro del dueño de la tienda de souvenirs donde habíamos estado con Diego un rato antes de que todo se derrumbara.
El hombre, un señor mayor, me tomó por sorpresa cuando gritó «Here!». Caminé sin pensar en nada y ya cerca de la ventana corrí. Diego estaba subido un vehículo en el que partiríamos, tres horas después, hacia el aeropuerto. El dueño de la tienda había perdido absolutamente todo: su negocio, su esposa, su vivienda, y sin embargo insistía mucho en darnos unos cuantos dólares que conservaba para que pudiéramos estar más tranquilos en el regreso a casa.
Sobrevivientes…fijate qué palabra… Y vos pidiéndome aquellos archivos, las fotos, las viejas fotos de nuestras vacaciones en Las Leñas, la nieve…me río y lloro al imaginarla.
Seguiremos estando en contacto aunque todo sea raro.
Un beso,
Natalia
—-

Terminé de leer, encendí el televisor y fue como si nunca lo hubiera apagado. Todo seguía exactamente en el mismo punto en que lo había dejado. Bajé el volumen, me apoyé en un almohadón y me quedé dormida.
Tuve un sueño intenso, que empezaba con un resplandor en medio de la arena. Alrededor, un lento murmullo se esparcía mientras la luna se colocaba justo en el punto hacia el cual miraban mis ojos. Perder la vista, escuchaba entre murmullos ahogados, perder la memoria, la vergüenza, las llaves, perder las ilusiones perdidas hace mucho tiempo, la valija, el auto, los maquillajes, las bebidas, las tablas, y quedarse escuchando el silencio en esa playa depilada.
No es posible saber las dimensiones de un desastre, me decía a mí misma antes de comprender que la escena no era lo que yo pensaba.
Cuál fue tu mejor silencio? Cuál fue tu mejor silencio? Frente al mar? esas preguntas surgían como si salieran del ruido vacío que sale de los caracoles, se elevaban, flotaban entre un polvo de estrellas y se desvanecían. Era la voz de un chico, tal vez adolescente. Y yo las oía mientras intentaba dejar de escuchar los golpes que, al mismo tiempo, sonaban bajo mis pies. Imaginé muchos puños golpeando desde abajo del suelo. Gente que clamaba por subir a la superficie, tal vez.

Jordi Carrión borró su texto.

Esteban Castroman + Julián Gorodischer
Miércoles 20 de Agosto, Podesta
Musicalizó: Frann Di Gianni + Nantuko

Zombies en Palermo, zombies en el jam, salvese quien pueda.

Esteban Castroman
Hoy pensaba contarles una historia, pero algo que vi afuera, antes de entrar, me empujó narrarles otra distinta.

1.
Mientras tipeo esta palabras y ustedes conversan, con tragos o porrones de cerveza en sus manos, a casi ciento ciencuenta metros de acá, en la plaza cuya esquina se asoma desde la puerta, hay una calesita. Una calesita cuya estructura gira, con sus luces encendidas, pero está vacía; es dir, no hay niños, nos hay adultos que los cuidan. No está el hombre que vende los boletos. Nadie. La estructura gira, tratando sus lucecitas, sus caballitos de madera que suben y qu bajan, sus dibujos de Dumbo y Mickey Mouse con los ojos desorbitados, disparando la secuencia de la mirada para todos lados Nadie, salvo un cuerpo que yace tendido sobre uno de los caballitos. El cuerpo desmembrado de un artesano de la laza, con sus vísceras arrancadas, colgando por sobre la madera, con hilos de sangre que chorrean, y trazan un sendero sin principio; sin punto hacia donde llegar.

2.
Mientras el bartender destapa otra cerveza, una pareja de ancianos conversa sobre un auto que está estacionado sobre la calle Armenia, a pocos metros del cruce con Costa Rica. Héctor y Olga. Conversan sobre su enfermedad, utilizando metáforas para no mirar al peligro de frente, a los ojos. Saben, ambos, que no les queda mucho tiempo de vida. Pero los que los aterra no es la muerte en sí, sino la posibilidad macabra de que uno de los dos pudiera llegar a morir y que el otro quedase en este planeta, desamparado del cobijo que promueven esas cositas cotidianas; ese sinsabor de las discusiones (luego de muchos años de casados), las desaveniencias de los proyectos que no lograron materializarse. Pero también, las efímeras alegrías de observar que el sol cada vez está má grande, más cerca, más hostil.
Entonces Héctor, en el auto, le cuenta con rodeos una idea que viene sobrevolando su conciencia por las noches, durante los últimos meses: hacer de la instancia del dolor y la locura que emana la noción de la muerte, algo repentino. Piensa, digamos, en que odría asesinar a Olga, para luego suicidarse.
La mujer lo mira con cierto desprecio y desactiva con palabras filosas el plan. Cuando Héctor decide argumentar el porqué de la cosa, emiezan a escuchar, ambos, que unos golpeteos secos abruman desde abajo, como si un cuerpo difícilde definir con precisión hiciera fuerzas para atravesar el chasis el auto y entras a ese pequeño espacio de locura, enfermedad y, por qué no, muerte. Aterrados, suben las ventanillas. Y Olga, cmienza a llorar.

3.
Mientras ustedes leen esto que estoy escribiendo, dos aolescentes en la esquina, Martín y Luciano, fuman marihuana, apoyando su espalda sobre el cantero de la Plaza. En su film de flashes, observan que un hombre de gran contextura física se acerca hacia ellos. Los mira. Ellos ríen y le dicen: «chabón, está reduro». «Fumate una tuquita para bajar un poco, chabón», dice el otro. «Encime te está chorreando la narupa, la sangre está lloviendo de tu nariz como si fuera una fuente, viste».
El hombre los mira. Su ojos, inyectados de una furia inclasificable, los ubica como en una mira. Se abalanza con desidia hacia ellos, que -antes de los gritos- ríen, nuevamente, a carcajadas.

4.
Un taxista avanza en su vehículo desde Santa Fe, por Malabia, mientras Di Gianni utiliza al trip hop como un recurso ambiental. Y alguien seguramente, mueve su piecito siguiendo el ritmo.
El taxista viene escuchando Radio 10. Allí escucha que el locutor relata que distintos focos de alteración comenzaron a producirse, desde hace pocos minutos, en distintas parte de la ciudad. Las autoridades no pueden precisar a ciencia cierta la naturaleza del alboroto. La cuestión, afirman, es que TODO se está produciendo con demasiada velocidad.
Al cruzar Nicaragua, alguien levanta el brazo para parar su taxi. Él se detiene, y el pasajero de sube al asiento trasero. Sin preguntar hacia dónde se dirige, y avanzando lentamente por Malabia, empieza (el taxista) a comentarle, alterado, lo que acaba de escuchar por la radio. Inmediatamente, habla del partido de la selección de basquet de esta mañana. Y luego, dice «ayer le hicimos el culo a Brasil, jaja, estos putos ahora lloran».
Al aproximarse a la esquina de Costa Rica, reduce la velocidad y le pregunta al pasajero dónde va. El pasajero, sin emitir palabra, salta de su asiento y muerde la yugular -aún virgen- del chofer, que con gritos desesperados y utilizando sus pies casi anfetamínicos, rompe el parabrisas, dejando una telaraña irregular, que podría parecerse, por qué no, a una de esas crispaciones que afectan a los mapas, cuando se trata de regiones cuyos puntos limítrofes no están del todo claros.

5.
Pregunta: ¿y si alguno de los aquí presentes fue mordido antes de entrar y está experimentando, en este momento, un proceso de transformación silenciosa. Me refiero, quizá al bartender, o a ese desconocido de la mesa de al lado. Al pibe de gorrita que organiza todo esto. Al DJ. No sé, es tan solo una pregunta. Todos sabemos las consecuencias que podría acarrear que haya una sola persona infectada por el delirio zombi en un lugar cerrado.

WARNINGGGGG!

6.
Mientras algunos esbozan una breve sonrisa y otros se dicen a sí mismo, con vergüenza ajena: «…pero este pelotudo…», un cartonero avanza por Armenia, empujando desde adelante su carrito. Su objetivo son las bolsas negras, plásticas, deformes, húmedad, crispadas, de basura. Entonces ve una que tiene libros y diarios viejos en su interior. Revuelve, acomoda los papels, los deja a un costado, los apila, y utilizando un múltiplo de 3, los acerca a su carro para acomodarlos de la manera más cómoda.
Al acercarse a su carro, de entre los papeles depositaos antes, salta un niño con los ojos inyectods de furia, que demarcan dentro de ellos, una telaraña de sangre. Ojos que apuntan directamente al cuello del cartonero que, al recibir el primer impacto, cae sobre la vereda. Y su sangre derramada, se vuelca, propaga, y finalmente busca lugar en alguna región de la alcantarilla de hierro fundido.

7.
Mientras mis manos transpiran y maldigo no poder estar fumándome un cigarrillo, un grupo de cnco mujeres están sentadas en una de las mesas de afuera del bar Janio. Están festejando el aniversario de una de ellas. Ríen. Hablan de sus ex maridos con cierta maldad. Brevemente resumen las actividades de sus últimas semanas. Piden otra cerveza. «¿No será mucho», dice una de ella. Otra responde: «No tonta, hoy estamos de festejo, relajate».
Cuando la moza apoya la nueva botella sobre la mesa de madera, se escucha un grito desesperado que proviene de la plaza de enfrente. Gente que empieza a correr. Una de la amigas, desorientada, trata de buscar algún anclaje con lo real. Si es que, en ese contexto, lo real no fuera más que esa marea de deseperación, gritos,mordidas y corridas.
Una de ellas es alcanzada por un zombi que viste una linda chaqueta. Las otras cuatro siguen a los demás y se acercan a la galería que está a mitad de cuadra por Malabia. Una galería pituca, donde -a esta hora- los gorros que se exhiben durante el día descansan, abandonados, en las repisas.
La gente, deseperada, rompe la vidriera de Adidas. Un boludín se afana un par y lo mete en el blso, como si después de todo esto, el mundo continuara y tuviera oportunidad alguna de pavonearse con ellas por ahí.
Otros, con un tachos de basura, destozan los cristales del local de Prototype. Se esconden tras la caja registradora y llaman al 911 desde el teléfono, junto al exhibodor de sacos y bufandas.
Afuera, en la calle, gritos, corridas, mordidas, radios que narran que el Gran Desastre está colapsando la ciudad, la provincia, el país, el continente, el planeta… TODO.

8.
Ahora, luego de la primera infección generalizada, todo parece más calmo. Afuera, digo. Aquí dentro todo está muy bien. Parecemos protegidos por esa sensación carnavalezca que, cuando se mezclan el alcohol, los amigos y la promesa de un buen momento, nos vuelve en apariencia inmortales.

Lo cierto es que un grupo de zombis lentamente avanzan en dirección a la esquina de Armenia y Costa Rica. Otro grupo, se asoma por la otra esquina, el cruce de Armenia con El Salvador. Huelen el hedor de muchos cuerpos juntos, ven luz, y se tientan con acercarse a Tazz. Pero no. Escuchan música, como si fuera un arrullo que los conmueve. Entonces deciden enfilar para la puerta del Podestá.
Sí, acá mismo, en este preciso instante.Entre otros, Olga y Héctor (los ancianos del auto), Martín y Luciano (los fumetas de la esquina), el tachero, y las cinco mujeres que minutos atrás festejaban el cumpleaños, avanzan sigilosamente hacia ACÁ. Ahora, sí. En este preciso momento.
Dudo que el muchacho de seguridad pueda con todos ellos.

9.
Debo dejar de escribir ahora. Perdón, pero la tentación es inmensa. El olor que emanan los cuerpos aún humanos no me permite continuar. Ustedes son muchos, pero aun así sus yugulares intactas quizá no sean suficientes para l festival de carne y vísceras que está por comenzar en los próximos minutos.

Noche de amigos, amigas, noche larga, noche blanca
Julián Gorodischer

Primero, pregunto:
¿Vino Fede? ¿Fede? Nos repartíamos en bares como fraternidades. Fede era del Podestá. Y lo odiábamos. Nosotros, los que no éramos de acá. Fede? Yo era pura sangre Gazebo. Lo sigo siendo en realidad. Tan impersonal como Gazebo. Pero, antes era peor. El, ¿vos?, no era consciente de que un gran poder (la frase no es mía) implica una enooorme responsabilidad.
Pregunta II: Nantuko, ey, no quedamos en que ibamos a dialogar? Entre música y lo que escribo, estás? Si erasubir el volumen era más, Nantuko. Ya fue.
Pete, pete, pete, gritaba Fede cuando entraba al Podestá. Pete es el encargado, o era. Ya bajando desde el taxi en la esquina empezaba a gritar desde la esquina para hacerse el preferido de Pete. Y después era infalible en la conquista: le habilitaban los mejores reservados, le daban tragos en tikets, muchos tragos que repartía como el rey del lugar.
Ahí va: bien Nantuko. Cuando él entraba se armaba la fiesta real. No los relojeos desde la barra, no la saludera infernal a uno y otro conocido. NOs lo contaba, claro. Y lo creíamos todo. Así te fuimos conociendo tus premios: la separada con una beba, la lolita menor de edad, la trava. Fede, cuándo fue que todo empezó a cambiar?
Los de El Imaginario te habrían fusilado vivo. «Qué hippies? Hippies sus padres», decías. En la cara se los decías: a los revolvedores de anillos, a los mismos artesanos, a los bebedores compulsivos de cerveza de litro, que los dejaba hediondos e inflados. Te miraban con pena. Pena por sí mismos.
El Podestá. Vos… Regulaban la autoestima del resto. Los de Mamarracha… Ay. Nantuko: poné algo tipo Miranda, o lo que consideres que pega con Mamarracha. El de acá a la esquina. Eso no. Leé. Tipo mamarracha. NO,
Otra.
Sigo: se bancaban hasta el alambrecito que lesvino en la picada Mamarracha. Así era JUlieta. Todos los días, bajar la cabeza cuando se quedaban con las moneditas. Y… ni le reservaban un La Nación. Aunque lo pedía sistemáticamente como reconocimiento a su presencia constante, que le valió el calificativo de : la reina de Mamarracha o la reina de Palermo Soho, en el mejor de los casos. Vos, Fede, ay. Más sutil. Siempre deberías haber sido más elegante. Hasta cuando me imputaste estar mintiendo; no fue necesario que te adelantara lo que iba a escribir. Ya sabías. Estás?
Me dijiste: no es ficción, es mentira. Ahora Nantuko: empieza el declive.
Marcá el desmoronamiento!!!!
Esto da esplendor.
Todo se paga. Un día Pete dejóde reconocerte. Aunque me digas que el miércoles te habilitó el ingreso de vos y cinco más, con tragos free y que vos te fuiste en taxi y los dejaste a ellos tomando. No te creo porque yo lo vi. Acá es como en las agencias de publicidad y los Mc Donalds: las jerarquías vuela rápido. Hay una cola esperando por entrar. Ahora mismo, creo, si convocamos una buena cantidad.
Ni te conocen. Preguntá. Pregunto yo: Fede, Fede, Fede? Bueno, él, hace unos años, circulaba por entre sus mesas como un…, no sé, pero expresaba tal familiaridad con cada uno en particular, era tan íntimo de cualquiera, yo lo vi.
Nico: no es cierto lo que digo?
Dame una señal de que coincidís.
Cuando empezaste con las caminatas nocturnas supimos que era una nueva época. Hasta aceptabas tomar algo en, qué se yo, Gazebo. Ese día, lo juro, me reconcilié con Gazebo. Entré con vos y sentí que era mi Podestá. La moza no respetó los perímetros habituales, se pasó de frontera, nosatendió en forma personal, mi Pete te ofrecía café con leche, medialunas.
Tal vez qusiste que el pasado regresara voluptuoso, majestuosamente: pedite un vodka tonic. ¡En Gazebo!
Cada vez era más frecuente que tocaras el portero para ir a Gazebo. Y empezaste con las «cenitas». Armaste en tu casa como una barra, nos acercábamos y armabas el trago a medida. Nada parecía suficiente. Eramos cada vez menos. Algunos empezaban a desaparecer completamente. A desoír las advertencias: Fede está muy mal.
Hasta pensamos en «la fiesta del regreso al Podestá». En el fondo eramos historia compartida. Te queríamos salvar. Dicen (tempo que me lo desmienta) que alguien habló con Pete para organizar.
Iba a ser tu regreso triunfante. NO entraba (no entraría) nadie sub 30. Después, alguno dijo que te haría peor. Que había que pagarte putas. Decenas de putas de 15 a 18 que te simularan efectividad en tu conquista. La boluda de siempre, que se impone, dijo que era ilegal. Que mejor no. Pero no. NO quisimos al final. Yo, deberás decir, si estás, no falté a las cenas. Aunque terminaran en un largo partido de Playstation. NO falté.
Cuando te llamé hoy para pedirte precisiones, sobre la fecha en que el Podestá se mudó, sobre tu grado de cercanía con el encargado, me advertiste que era anacrónico, que interpretaba su pasado con los códigos de hoy; que comentaba el hoy con las consignas del pasado.
YO VOY AL IMAGINARIO, me gritaste por teléfono. Basra de hippies vs conchetos. Basta de armar bandos enfrentados. Tu absurda guerra debares. Vos y tu absurda pelea por el status.
Pero… en el fondo. No te veo en la Kentucky, no te veo en cientos de lugares de mi nuevo barrio, BOedo, que a mí mismo me generan añoranza del pasado, de Gazebo; de la boca para afuera, todo. Pero vos te acabás de mudar de San Cristóbal a Plermo, yo me voy al sur.
Fede (hoy a la tarde, desde el teléfono, gritando):
Dijo:
-Vos siempre creíste que yo era un concheto. Pero para serlo hay que jugar al rugby, escuchar compilados de Bob Marley, no entender la cultura popular argentina, y no querer a este país
Yo doy tu versión de los hechos. ¿Vos harías eso por mí?
Y dijo:
-En cambio yo me quedé dormido en el campamento del sur, tomando vino barato. Y yo sabía el repertorio completo de Sui Generis.
Todas mis intervenciones en esa charla fugaz, ese fatal reencuentro «por teléfono» (previa invitación de Facebook, después de cinco años de no vernos) fuero brutalmente reprimidas por una verborragia feroz, descontrolada, para nada calmada por esa dosis descomunal (según dijeron en la última reunión de reencuentro del Colegio) de Clonazepam que estás tomando.
Vos no me quisiste escuchar cuando te traté de dar mi versión de los antagonismos que nos enfrentan. Me tapaste, y me amenazaste con que Pete o Haidu o cualquiera que te conociera saldría a corregir. Es ficción!
-NO es ficción, es mentira- repetiste.
O es mi visión. Y qué es ficción? Creer a esto tu club selecto es lo real? Creer a mi gazebo la sede de la grasada porteña es ficción? (vos pensás).
Y dijo:
-Yo me pasé madrugadas enteras tomando cerveza en El Imaginario. Pero con Mamarracha, ahí sí tenés razón. NO voy.
Confiado en que había obtenido una victoria parcial. Así lo escuchaba. Gozoso de sentir que reconocía algo. Se lo dije. Le ganaba: él armó y desarmó nuestro sistema de relaciones. El nos dotó de conciencia de incluidos o no. Y ahoraadmitía, al menos, algo.
-Pero porque la comida es mala. Una porquería.
Entonces, le propuse que viniera, que recordáramos desde acá. Que miráramos atrás. Y debe estar.
Acercate, y escribí el final. Dale o doy tu verdadero nombre. Dale NIco (como en realidad te llamás).
El pacto era que cerraras vos. Que hubiera réplica: la gracia.
Nico!!!!!!!!!!!!!!!
Acercate ahora, como parte del número vivo.
Ahora el que habla soy yo.
No me llamo Fede, aunque mantengamos esra ficción. Y la moraleja que nos queda es:
Acaso LA MENTIRA…
¿NO ES FICCIÓN? Algo supuestamente triste que espero no volver a hacer

Guillermo Piro, Leonardo Oyola
Miércoles 17 de Septiembre, Podesta
Musicalizó:

Guillermo Piro

El viernes, a eso de las 9 de la noche, se ahorcó DFW.
No, debería encontrar un modo un poco más edificante de empezar mi relato.
Digamos que el viernes, mientras dormía, a eso de ls 9 de la noche, en Estados Unidos, lejos, es decir, muy lejos, se ahorcó DFW.
La noticia sorprendió a todo el mundo, menos a sus amigos más íntimos. La cosa es así. Yo dormía. Y DFWse mataba. Son cosas interesantes. DFW se mataba mientras yo dormía. O tal vez no es así, tal vez no fue así. Lo cierot es que su esposa, a las 9 de la noche, lo encontró colgado en su casa, en la casa de ambos, de los dos.
Leí a DFW. No mucho, es cierto, pero puedo asegurar que entré por la puerta adecuada. Nadie va a decirme cuál es la puerta adecuada. DFW escribió novelas y cuentos intragables. O no intragables, pero en realidad intragables para mí. «La broma infinita» es una novela interminable, al estilo Gadiss, de esas novelas en las que en realidad no courre nada y ocurre de todo, en las que es difícil discernir qué pasa, porque todo pasa a la vez. Y cuentos. «La niña ( la chica, o la nena) del pelo raro» (DFW siempre fue bueno poniendo títulos, no?). y otro, «Extinción», todos intragables, imposibles de deglutir por mí. Se trata de una idea de autoafirmación personal el hecho de que crea que es beno lo que me gusta y no que me gusta lo que es bueno. Sus novelas y sus cuentos no me gustan, bah. No tiene importancia. No es de eso que quiero hablar. DFW escribió más cosas. No sé con qué fin. Tampoco con qé criterio. Escribió, y todo (o mejor dicho siempre) regido por una máxima que no le pertenece, sino que le pertenece a un profesor ignoto de literatura que él tuvo en el colegio secundario. Escuchen: «La misión de la literatura consiste en… dar tranquilidad a los perturbados y perturbar a los que están tranquilos». Me gustan las misiones que escasean. Ya no quedan. DFW hacía eso. Pero no en sus novela sy sus cuentos. Escribía, además, crónicas y artículos desopilantes… Desopilantes no es la palabra justa, pero no se me ocurre otra ahora, lo siento. Lo siento de verdad. DFW era muy bueno poniendo títulos antes de ahorcarse. Uno de los libros de los que quiero hablar tiene un título memorable. Escuchen otra vez: «Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer». La csa es simple, tan simle que de simple parece tonta.
Pero antes tenemos que decir otra cosa.
DFW no era lo que se dice una persona con estilo, alguien que goza del placer de verse… digamos… elegante. Era, ni más ni menos, un clochard (sí, estuve releyendo Rayuela). DFW, entonces, por encargo, se embarca en un crucero de lujo por el Caribe. ¿Lo ven? Un hombre gordo, maltrecho, de, por lo menos, 120 kg de peso, mal vestido, andrajoso… en un cucero de lujo por el Caribe. La idea es genial. Cinco días solamente. Una eternidad. Una eternidad bajo su mirada de cirujano texano. Implacanle DFW. Ya desde el comienzo sucede algo interesante, tan interesnate que, en realidad, va a oficiar de trama en segundo plano. El debe dar cuenta de todo lo que ocurre dentro de ese barco, esa ciudad flotante. Pero se mete en problemas apenas sube. La coa fue así:
DFW llevaba su mochila grandiosa, de esas mochilas que sólo alguien de 120 kg de peso puede cargar, cuando al poner pie en la cubierta del barco lo recibe un enano hindú que se ofrece a llevarle la carga. Gracioso. Tiene turbante y todo. Es oscuro, petiso. Y quiere llevar la mochila de DFW. DFW es humano, a pesar de sus 120 kg. Le dice que no, que está bien, que él pued eocuparse de su propia mocila, que se olvide, pasemos a otra cosa, dice. Y aanza en dirección a dónde cree que está su camarote. Voy a resumir. DFW atraviesa dos veces (2) el barco, de punta a punta, llevando su mochila. Hasta que da con su bendito camarote. Asnt concluido. Ahora sí, piensa él: pasemos a otra cosa. Y comienz su itinerario marino, viendo y registrando todo. Todo. TODO. Hasta que ve, de cuclillas, llorando, al hindú que se ofreció a llevarle la mochila. Naturalmente, como cualquiera hubiera hecho, le preguntá qué pasa. El hindú se seca las lágrimas y entre sollozos, en un pésimo inglés, le explica que POR SU CULPA se quedó sint rabaj, que debe baja ren el primer puerto que toquen. De modo que de ahí en más toda la crónica está teñida deesa preocupación, dgamos, moral, que para él consiste en restituirle la fuente de trabajo al pobre hindú. Es gracoso, pero al mismo tiempo es trágico y patético. Porque aquella persona con la que en teoría debe hablar, no está, no aparece, es imposinble de encontrar. Y toda la crónica se encuentra bañada por esa preocupación subalterna: encotnrar al jefe de los jefes, al gran capo de los hindúes que pretende desterrar al enano de color. Cosa que ocurre, al final de la crónica. Se trata de un encuentro que recuerda al Padrino. DFW tratando de explicarle que el culpable de haber querido llevar su propia mochila esél y nadie más que él, que el botones es inocente de toda inocencia, inimputable. Que está cometiendo una injusticia ejemplar, etc. etc. Es difícil de socializar. DFW, digo. Hay una sóla persona con la que consigue entablar algún tipo de complicidad a lo largo de todo el viaje: una nena de ocho años: la niña del pelo raro.
Un ser adorable. La niña, digo.
Pero hay más. No mucho más (y no dejen de recordar que el viernes, a las 9 de la noche, DFW se ahoró en su casa). Por favor.
Hay otro libro. Su título es más breve, pero es igualmente inquietante. Escuchen: «Hablemos de langostas». No se trata de las langostas de largas patas traseras, sino de langostas de mar. No tiene sentido hablar de eso ahora. Hablemos de ese libro solamente. Es una recopilación de ensayos y crónicas que acaba de salir editado (oh!) or Mondadori.
No es un chivo: es así.
«Hablemos de langostas» no es tan formidable, pero es formidable. Me refiero al otro libro delque hablaba antes. Allí, en HDL, hay una crónica ejemplar, desopilante. DFW es asignado por una revista (no me acuerdo cuál) para escribir acerca de la entrega de los premios al mejor film porno del año. Es algo tremendamente divertido. DFW asistem en calidad de periodista, a una especie de show en Las Vegas de la magnitud de la entrega de los Oscars, sólo que los candidatos están ternados en categorías del estilo: «Mejor Fellatio del Año», «Mejor coito anal», «Mejor Gang-Bang», etc.
Y él observa. Observa que los que asisten a la feria previa (una especie de Feria del Libro donde las productoras ofrecen sus DVD y exhiben a sus artistas), sufren, al igual que los fanáticos de los actores de Hollywood, de una pasión incontenible cada vez que están a menos de dos metros del personaje al que aman y siguen con devoción. Es algo que todos hemos visto. Pero él ve más. Éñ ve cómo, al acercarse al actor porno que tanto aman, los ojos se les salen de las órbitas. Algunos se desploman. Tienen taquicardia (él es capaz de sentirla).
Aquí, al mejor estilo DFW, iría una nota al pie. DFWamaba la snotas al pie. Sus textos están llenos de ellas. Yo las odio. Pero no es momento para hablar de eso. Sí es momento. Odio las notas al pie. Sobre todo, especialmnte, las notas la pie del traductor. Son, para mí, confesiones de debilidad. Pr noes momento para hablar de eso. DFW las amaba. Y las usaba todo el tiempo. En una de esas notas al pie acota algo que no puedo recordr literalmente, pero que, palabras más, palabras menos, decía mas o menos lo que sigue: «Conozco todos los vicios, pero no practico ninguno». DFW se vanagloria tdo el tiempo de eso. De saberlo tod, de haberlo vivido todo, pero haber renunciado, al mimo tiempo, a todo. Cuando se ahorcó, el viernes 12 de septiembre, tenía 46 años. Era gordo. DFw no puede explicarse esa devoción. Digo: la que profesan los asistentes a la feria hacia las actrices porno que tanto admiran. Los ojso fuera de las órbitas, etc. No lo entiende. Supone que alguien puede, sin mucho esfuerzo, adorar a Asia Argento, por ejemplo. Pero cerca de ella los ojos permanecen en su lugar. Hay sudoración, temblequeo, tartamudeo, lo que quieran. Pero los ojos siguen fijos ahí. Y frente a una actriz porno no. Es raro, se dice. No lo entiendo, se dice. Hasta que, dado que cnoce todos los vicios y no practica ninguno (ya), se topa frente a frente con Jena Jameson. La conocen. Y si no la conocen, deberían conocerla. No importa. El hecho es que DFW siente cómo los ojos se le salen de sus órbitas, de sus propias órbitas. Y cmprende. Y es un moment, digamos, especial, cuando dictamina: «Ahora comprendo. Yo sé de Jenna Jameson lo que nadie sabe de un actor de Hollywood. Sé, por ejemplo, que tene un lunar al lado del agujero del culo. La he visto acabar miles de veces. Es por eso que los ojos se me salen de las órbitas».
Pero hay más.
Se va a Maine, a escribir una crónica acerca de las langostas marinas.
Per esperemos. Vayamos a otra cosa. Algo en lo que estuve pensando en estos días. Al comentario de su muerte esuché decir que, sin duda, padecia de depresiones tremendas. No lo dudo. Pero ahora bien, trato de imaginarme esas depresiones. No puedo. Me refiero a ese estado de locura que nos hace ver todo como posible, incluso la muerte. Rememoré mis propios estados depresivos, si es que los tuve. Y que comprarados con ese posible estado suena a mariconería total. No poder levantarse de la cama, llorar viendo la publicidad de una compañ{ia de seguro. Son cosas tristes, esty de acuerdo, y llamamos depresión a eso. Pero sin duda la depresión de DFW debe de haber sido otra cosa. Comparable aun dolor de muelas. Me explico. Un verdadero dolor de muelas hace ver ciertas cosas como posibles. Cosas locas. Si sufrieron algún verdadero dolor de muela van a entender. Pensar, en determinado momento, que el dolor puede acabar si uno pone la cabeza en las vías de un tres que pasa, cosas así, siempre tan tristes. Imagino algo así. Una única solución posible. La medida extrema. La solución, en suma. La solución posible.
DFW se ahorcó el viernes. Su mujer lo encontró al llegar a casa. Traía la bolsa con las compras. Leche, panceta, huevos frescos. Qué tontería. Debe de haberlo hecho para ella.
Pero hablemos de langostas. DFW se va a Maine (o es «el» Maine?) y asiste a la feria. Y empieza a hacer preguntas inquietantes de entrada, al taxista que lo lleva al hotel. Le pregunta al taxista: «Sifre la langosta antes de morir?» A ustedes les parecerá una pregunta idiota, pero para el taxista no l fue en absluto. No sabe qué contestar. «Supongo que no», dice. DFW, naturalmente, no está convencido. En cualquier manual de cocina ncluso se omite lo evidente, esto es, que la langosta debe ser echada VIVA dentro de la olla de agua hirviente. Hay otros métodos, que consisten, por ejemplo, en la lobotomización previa del bicho. Un cuchillo, apunta a la cabeza… zas, se acabó (otra vez Rayuela, pido perdón). DFW, entonces, recorre los uestos de la feria preguntándole a la gente si las langostas sufren en el momento de morir, y no contento con las respuestas que le dan decide asistir al asesnato de una (mejor dicho: a la sesión de tortura de una). N puede resistir oír a la langosta sumergida en el agua hirviente golpeando con sus tenazas las paredes de la olla. No chilla, cmo haríamos nosotros en circunstancias similares (e incluso menores), pero golpea, trata de salir. Sufre, en suma. Y dicatmina que en Mane los pescadores carecen de alma, son seres frós como la carne fría. Americanos, bah.
DFW se ahorcó el viernes. A las 9 de la noche, mientras yo dormía. Son cosas interesantes, incluso para quien nunca lo ha leído. Si no lo hacen, ustedes de lo pierden. Y cmo no dijo DFW: ADIOS

Leonardo Oyola

Hasta las manos.
Así iba el furgón del Sarmiento con su rutina aparentemente inalterable
Las bici colgadas de esos ganchos de carnicero. Los que la roban jugando al truco. El pajarito que se pasa de mano en mano para compartir un trago previa colaboración. Ese trago que se te queda bien pegado. Como cuando lo saludo a mi hijo con un beso y el me hace seña que tiene mal aliento. O mi novia cuando le doy un pico me dice que anduve con ese amigo del vinazi.
Bueno, hasta las manos venia el furgon, cuando escuchamos el celular de uno que empezo a sonar con algo asi:

Yenis got on vakeishon far aguüey
an ai don nou is broken}ai don guona lus yur lop tunoghit}}

Era un ringtone bastante maracaibo
Medio como que todos en silencio empezamosa mirar para el lado de donde sonaba cada vez mas fuerte
Y nadie se hacia carga
Un borrego se animo a decirlo en voz alta: es bastante carolo ese ruidito}
Y bueno, nadie atendia
Hasta que todos identificamos de donde venia
El tipo tenia mas o menos cuarenta largos
Pelo largo, bastante encanecido
Un corte de pelo como el que usaba yo cuando tenia pelo veinte años atras
Mi mama me decia que me parecia a Mel Gibson en Arma Mortal
Mi hermano a un chofer de bondi
Vueno, este tipo, tenia una campera nevada. saco el celular con dos dedos, y mirandonos a todos dijo algo asi como: «que? se escuchaba»
Se nos paro de mano
Tenia razon se escuchaba
Yo me di cuenta que conocia la cancion
Era de un grupo que se llama the outfield}el tema: your love
Me queria matar
como podia ser que conociera esa cancion de mierda
Sera por que se te pegan
Uno se quiere mentir que en la sangre y en el ADN lleva Credence y JOhnny Rivers
Pero esas son las que mas te acordas
Yo le veia al quia hablar por el telefono y pensaba en su campera y en esa cancion de mas de dos decadas atras y me lo imaginaba lo que habra sido en la pista, Si andaba en el Sarmiento seguro conocia Pinar en Ramos, o Juan de los Palotes. Si venia de mas atras Sem de Moreno.
Abri mi celular mi viejo celular jurasico y pense que ringtone le pondria.
Y ahi cometi el error
Viste cuando tarareas o recordas una cancion?
Nunca cierres los ojos
Nunca te balancees sobre las puntas de tus pies
Porque te vas a encontrar cantandola en voz alta sin darte cuenta
BUeno} no se porque pero lo que yo cante fuetelefono de shena easton
Si: hasta las manos ahora yo.
Carolo ahora yo
Que le vamos a hacer
Se te pegan esas mierdas
Cuando abri los ojos vi que un par de gente del furgon me miraba. Me enterre la gorra aun mas por encima de las orejas y me dije que iba a bajar en la proxima
Entonces, un tipo con u8n pony me dijo si yo habia cantado telefono de shena easton
le dije que si y el me conto que lloro cuando se la mataban a Don Johnson en -division MIami
Bueno, nada eso,
Que a fin de año entre tantas cosas quisiera cambiar el celular que me anda para la mierda porque lo usa cada dos por tres mi hijo para jugar
Y que espero tener un ringtrone copado
Ahora que lo pienso bien no seria con una cancion de sheena easton
Pero si me coparia que sonara corona con el ritmo de la noche.
Yo la acabaria ac}a, pero el organizador me dice que siga
pienso que en casa hay cuatro canales y bueno un rato mas seguimos

la otra vez me pidieron una nota para la revista ser padres hoy sobre la genetica y no se que bondi
Del clasico que pensaba tu viejo que ibas a ser vos y que terminaste siendo.}

Bueno, cuando naci mi viejo de apodo me puso pinino. y es el dia de hoy qu8e varios familiares y antiguos vecinos me siguen diciendo pini.
Rolo, mi papá es gallina mal
Me puso pinino por un idolo de el, Osca Pinino Mas
El loco fue a la concentracion del equipo a pedirle que fuera mi padrino y yo casi termino ahijado de ese tipo sino era que lo venidan para jugar en europa
Conforme fui creciendo mi papa queria que fuera el nuevo alzamendi, que como elEnzo fuera un principe.
Con ocho años, intentando hacer la chilena como la que hizo francescolli cuando se la clavo en un angulo al arquero de la seleccion de polonia, cuando le erre a la pelota y termine hecho mierda boca arriba sobre la calle supe que el futbol -jugar al futbol- se habia acabado para mi
Venia ignorando estoicamente porque era el ultimo en ser elegido en el pan y queso. Mi viejo queria que fuera un jugador de futbol desbordante. ueno yo hacia la diferencia para mi equipo… llevandolo a la derrota
Pese a que me hizo socio con menos de un mes de existencia, en la foto estoy con los ojos cerrados, yo termine si9endo hincha de almirante brown
Mi hijo Ramon me salio gallina. Obviamente el abuelo metio ficha ahi. Ramon festeja los goles como el matador Salas y se besa la camiseta gozandome en la cara con el gesto.
Mi viejo espera que llegue justo a salvar las papas cuando cuelgue los botines buonarotte.
Yo lo veo andar en su bicicleta y espero que sea algo asi como el nuevo Erik _Estrada, el ponch de chips.
Y si sale jugador, que la mueva como el kun aguero

Gracias por leer

Ana Cecchi + Félix Bruzzone
22 de octubre Podesta
Musicalizó María José Abad + Jorge Panozzo

Ana Cecchi

El carbón bajo presión se transforma en diamente pensó Lucio al salir del subte. Miró el mapa. Primero comenzarpor la zona de animales. Miró el mapa otra vez estaba empapado, las manos, mojadas, los monos del zoológico olían a estirciol y esa era la direccción correcta.Seguir en línea recta según las indicaciones del mapa, comenzar por la zona de animales. El olor de las cabras, cebras, elefantes y cóndosr, el olor podrdido, de la carno podrida de la jaula de los condors de recordó el olor a bosta de campo, el olor de la leche cuajada del tambo y los almuerzos familiares. Lucio siempre se quedaba callado en los lamuerzos familiares, escuchaba como el resto, sentados a la mesa sacaban ideas como espadas para afilarlas, hacerlas enfrentarlas en el aire hasta que alguién, al fin terminaba por tener razón.

Era la primera vez que tendría que robar. Nunca antes había podido sacar un caramelo de un kiosko. Se había quedado callado cuando como una ronda satereo el primero del grupo de los JRU afirmó qu Lucio era perfecto para la tarea. Lucio, Lucio. Lucio sonó en su cabeza y alguien dijo para cerrar que seguro bajo presión haría las cosas bien.

Caminar debajo de la lluvia de flores amarrillas lo llenó de algo parecido a la resignación. Volvió a mirar el mapa pra ver en el centro del círculo en nombre «Monumento a la carta magna y a las cuatro zonas de la repútica Argentina». Siguió las órdenes del hombrecito de verde que lo invitó a cruzar la avenida del libertador y pronto se encontró con el cuello curvo para mirar la empinada punta del monumento de los españoles. El la cima una mujer desnuda, sostenía una bandera y, rodeada de montañas nevadas,torrentes de ríos labrados en piedra sonreía. El mapa indicaba girar al rededor del monumento de acuerdo al sentido de las ajugas del reloj. » En ofrenda a los nuestros hermanos, de una misma lenngua, de una misma estirpe»: La infanta Isabel. Caminó de acuerdo a las indicaciones » En conmemoración de los 450 muertos que junto al marmól y al bronce de este monumento se undieron en las costas de Río de Janeiro» y las bocinas, los gritos, las puteadas que a coro se elevaron entre el tráfico de Libertador le parecieron a Lucio el regreso de todos aquellos muertos juntos ahullando. No era buena idea haberse quedado callado. Haber aceptado traer en la mochilla el trofeo que coronaría el ciclo de reuniones que hace cuatro meses concentraba los los JRU en el café de la Viela para oponerse al statu quo. Debería robar una estatatua, la cabeza de una estatua, un trofo que glorificaría los glorisos sucesos de triunfo, un éxito del que los Jóvenes Rurarilstas urbanos de sentían verdaderos protagonistas,

Miró el mapa: el enemigo. Volvió a confiar en los órdenes del hombrecito de verde. El rostro de un Sarmiento Deforme y severo lo miró con odio, redondo como un sapo, las mano enormes, la fecha 1894, la firma «Rodin».

El Mapa: «el objetivo».El hombrecito verde y enornme jinete sobre su caballo lo esperaban Rosas, una sierra especial para emputar bronce y una escalera de pintor de dos metros y medio. La fecha 1997, la firma Carlos Menemen.

Armar la escarela en tríangulo en diagonal al equipo, la sierra debe portarse en la mano derecha. No mirar para abajo. No mirar al frente. No quedarme nunca más callado cuando no esté de acuerdo con algo: romper la tradición familiar de dijo Lucio al oído haciéndose una caricia.

Hacía varias noches que prcaticaba con la sierra eléctrica prendida, en el silencio de la noche, hacía noches que repetía sus habilidades en suelo firme. Todas las noches antes de irse a dormir como si se tratara de una paja.

Prendió la sierra. Subió la escalera colgada en su mano derecha. La sierra temblaba y, con la sierra, temblaban también la escalera y sus piernas.

Imaginó los aplausos, el grito de gol a coro de 450 muertos que gritaban en portgués y lo llenaban de bronce, de mármol y de oro. Las palmadas en la espalda le acariciaron el ego.

-¿Qué hacés corazoón prduntó una voz oscura y grave?

Lucio bajo la vista y vio enormes dedos montados sobre zapatos de taco. Delicadas medias caladas subían hasta la entrepierna de una mini falda.

-Soy de alumbrado barrido y limpieza- dijo Lucio-
-Esta no es hora de andar poniendo las cosas en orden con una sierra prendida en la mano.
-Es que me confundí por el cambio de horario.
En un rartito termino, dijo Lucio y se vió de lejos subido a la escalera con la sierra encendida.

El silencio se coló entre Lucio y aquella voz.
-Soy desecendiente directa de Rosas, dijo el travesti. Me parece que lo mejor que podés hacer es seguir tu rombo y no meterme con nuestro amuleto de la suerte. Porque hace años que cuando falta trabajo nos otras amigas y yo nos acercamos al jinete, le damos charla y él nos traes buena suerte.
-De verdad que soy de mantenieminto dijo Lucio y pensó que aquellas relaciones de parentezco no podía ser genealógicamente ciertas.
-De verdad te digo que te combine bajarte de la escalera o la tiro abajo, con la suerte y la familia no se jode.Si querés te tengo la escalera y la sierra me la dejas de regalo para que no se te ocurra volver más tarde, cuendo sea de día, cuando todos te vean y a nadie le importe nada.

Lucio pensó que no bajaba ni loco.
-Está bien bajo.
Lucio pensó que la sierra no la dejaba.
-Tomá la sierra, te la regalo- dijo y le regaló la sierra.
Te rompo la cara a goples pensó Lucio-
-Espero que te sirva para algo bueno- dijo y salió caminado por Av. Sarmniento.

La pierna comenzó a vibrarle, los arbóles lloraron más flores amarillas.
¿Misión cumplida? pregutó la JRU en SMS y Lucio supo que ya nunca volvería a verlos.

Giró un instante para ver a la descentiente de Rosas que aferrada a la sierra lo saludaba de lejos. Levantó la mano en señal de saludo y le deseó lo mejor.

Félix Bruzzone

Hoy Yuyo sale en su moto rusa roja. Es rusa, Muravey, 200cc, motor dos tiempos, o sea que va con mezcla de nafta común y aceite. La común es más aceitosa y va mejor. El motor humea. Pero es normal. El que tiene moto así lo sabe. La Muravey rusa roja además tiene tres ruedas. Jota la conoce. Jota es amigo de Yuyo pero hoy no trabajó. Hace tiempo que no trabaja porque desde que empezó a dejar de fumar bueno, no está muy bien. Antes 30 cigarrillos por día y ahora mentitas, todo el día. Miles de mentitas.

Yuyo en una esquina se encuentra con un camión de bomberos, un par de patrulleros y un camión grande, de esos que llevan cosas refrigeradas. Y abajo del camión hay una moto. Un CG. Todo enroscado abajo del cigueñal. Y los canas, lógico, que están ahí parados. Los cadáveres de los que iban en la moto no están. Capaz que no se murieron, piensa Yuyo.

A Jota le gustan las motos. Es fanático, igual que con la pesca. Se toma el tren y va a pescar, casi todos los días. Ahí, en Costanera Norte porque el tren lo deja justo, en la estación de Ciudad Universitaria, pegada al Aeroparque. Pero desde que dejó de fumar tampoco va. Pesca y fumar.

El sol hoy es una ampolla radiante, rota. Lo del cambio climático, eso del calentamiento global es bueno para Yuyo, que limpia piletas. Vende más cloro, las piletas se pudren más y hay más trabajo. Y la Muravey va bien, no choca en las esquinas.
Yuyo pasa por la esquina del accidente y se acuerda de Jota. No habrá estado ahí, en el CG, con la novia, y ahora estará muerto en un hospital de por ahí. No. Eso no.

Limpia dos o tres piletas. El calentamiento global es una truchada, piensa. No puede ser que cuatro monitos pintados calienten todo un planeta así. La tierra se calienta por el sol, el que dice otra cosa es una oruga.

Cuando Yuyo vuelve a pasar por la esquina del accidente el camión de bomberos se fue, pero quedan los canas. «Botón botón botón que amargado se te ve,cuando salis con la patrulla tu mujer hace la suya ella se viene para villa y cuando llega todos se la cepillan que pilla que pilla todos se la cepillan»

La canción lo entusiasma, a Yuyo. Eh, sí, esa canción. Limpia más piletas. Después canta una en voz alta, las chicas de las quintas, las que pasan por ahí hablando del accidente, qué horror, lo mirán raro. «Fiesta fiesta fiesta en la cama con tu vieja»
Esa sigue. Hay partes que no se acuerda. Tararea. En un momento: «y yo que ya estoy carpuz carpuza me bajo los lompas pelo la merluza»

Bueno. La cosa es que Yuyo pasa muchas veces por la esquina del acidente y en él se graban las manchas de sangre en el piso, que se van secando con el sol ampolla, y la moto enroscada ahí abajo del cigueñal, los fierros todos torcidos, los cascos de plástio tirados por ahí y todo el cordón policial, el rojo y blanco, que marca el límite. Tendrá que venir el fiscal, piensa Yuyo. Acá alguien murió, seguro.

En una pileta una vieja le dice pasá más tarde. No puedo. Bueno, no vengas más. El día se complica. Si Jota estuviera conmigo todo sería distinto, claro. Habría que prender fuego las tabacaleras, o fumarse todo. Eso es más caentamiento global. Más trabajo. Y a la vieja esa cuando la pileta se le pudra…

Yuyo se encuentra con un amigo

-¿Viste el accidente?
-Sí, dos muertos, ¿viste?
-No sabía.
-Sí, dos.

El sol gira alrededor de la tierra, pero no se mueve. Giraba. Por eso que se calienta todo, por el sol.

Yuyo espera que el día se termine de una vez pero no se termina. Una vieja le dice hola Yuyo, hoy no te puedo pagar. Tiene una bata blanca, un cigarrillo. Vení más tarde. Pero Yuyo igual limpia, todo rápido. Qué rápido, Yuyo, ¿estás apurado?

No, señora. «Cuando yo llego a tu casa, ella ya se hecha en la cama, y parece mentira pero ya está toda chorreada» … «y es una cosa de locos como se come los mocos». Las viejas son así.

La última vez que Yuyo pasa por la esquina esa la mancha de sangre de la bocacalle, la más grande, donde explotó la cabeza de alguien, está seca y ya se pueden ver los grumos sobre el asfalto, seguro que son los sesos que antes tapaba el charco. Y sacaron la moto, es un trompo, un CG hecho trompo. Negro por donde se lo mire, todo negro.

Yuyo se baja d su Muravey. Deja el motor encendido un rato y lo apaga. Baja la llave de paso porque el punzuá andá mal y si la deja abierta se le ahoga. Se queda ahí mirando. Los canas ya sacan el cordón. El cordon no era rojo y blanco, era más bien naranja, o rosa, sí rosa y como transparente, por el sol, el sol lo quemó, piensa Yuyo.

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