Hoy improvisan sus textos en vivo Emme y Nico Artusi, acompañados por Pedro De Matteis musicalizando y Caro Acosta en las ilustraciones…
Japón todavía es un país exótico para los occidentales, esa extrañeza hace que la cultura sea un imán, nos interesa, queremos conocer, queremos leer y nos insertamos en un mundo de extrañezas, donde el menor detalle hace un universo, donde todo nos resulta romántico, porque así deseamos sentirlo.
Pero la literatura Japonesa funciona como un círculo cerrado y auto suficiente. Un organismo perfecto donde nada falta, nada sobra.
El japón vive su propia sustancia y somos espectadores, de lujo. Lectores de obras maestras que se sumergen en la belleza, en el horror, en la guerra, en lo milenario….
Nos convertimos en lectores obligados del Monogatari, el ente que lo ve todo, que lo narra todo, como un panóptico oriental.
¿Nos vigila? ¿Nos sentimos vigilados?
¿Se sienten observados ahora?
Yo no, ¿alguien está leyendo?
Menos mal, pensé que estaba solo…
Somos intrépidos bajo la lluvia. Nos atacó la tormenta en medio de este verano.
ARTUSI
En principio me disculpo porque no se escribir. . . se observar.
Éste es mi humilde intento por plasmar algo de lo vivido en Tokio, Japón.
Llegué con el entusiasmo con el que un ninio , no encuentro la enie!!! , abre un regalo en navidad.
Nunca antes había tenido tanto deseo por descubrir un lugar. Más allá de siempre haber amado viajar, sabía que esto sería especial, único.
Ya de entrada perdí un día… algo de la gran diferencia horaria supongo. A penas pusiera un pie ahí, conocería el efecto jet lag del que tanto había oido hablar. . . estaba completamente dada vuelta, confundida, cansada pero a la vez totalmente preparada para todo lo que estaba por ver.
Ya las palabras no me servirían, nadie las entendería. No eran ecesarias, entonces, hasta encontrame con el traductor, sólo tenía que recurrir a lo más básico, gestos, dibujos, miradas, risas.
En la habitación que me recibió, sólo había lugar para la cama y para mi.
Viajé con dos personas más, y ya comencé el viaje con un problema de comunicación, la habitacíon de ellos tenía una cama matrimonial y no eran pareja. . . los dibujos y las risas antes mencionadas aclararon la situación y pudimos descansar ya en nustro deseado destino.
Todo era exactamente como lo había imaginado. . . pero más hermoso. Todo, cada instante, cada plano, cada lugar hacia donde mirara era inolvidable, una foto que quería colgar en mi pared. Una película en tiempo real.
Era una mezcla perfecta entre la tecnólogía más increíble que alguien pudiera inventar con los jardínes más silenciosos y calmos que visité.
Estaba abrumada pero nunca dejé de sonreir, ni un segundo.
Caminé. Traté de pensar en que era lo q a los orientales les llamaba tanto la atención de nosotros, porque tantas fotos, entonces quise transformarme en ellos pero al revés y eso hice.
Sacaba fotos, sólo para recordar y nunca olvidarme de cada cosa que estaba viviendo, viendo.
Quería detener el tiempo. Y respirar. Sentir.
Dejarme alcanzar por tanto. Por tanta belleza.
Un domingo fuimos a un lugar donde todos de disfrazaban de gotic lolitas. . . era todo el animé junto y en vivo pero aún más conmovedor.
Chicas y chicos con grandes carteles que les colgaban del cuello que decían free hugs. Regalaban o sólo una distracción visual estremecedora si no abrazos también.
Si no querían que los fotografiaras, cruzaban los brazos. No hablaban mucho entre ellos. Estaban. Presentes. Yo les resultaba tan llamativa y extrania como ellos a mi. Me pedían sacarse una foto conmigo. . . ahí me di cuenta de que mi disfráz no era tan diferente al de ellos. Yo también estaba ahí buscando u ocultando algo. Eligiendo que colores ponerme para contrarestar o potenciar lo que fuera que estuviese sintiendo.
Mientras caminaba pensando que sería un cúmulo de cajas en una esquina, me cuentan que era algo que el gobierno había generado. Daban cajas de cartón a las familias porque estaba habiendo muchos suicidios en los colegios. . . para descargar la angustia contenida y romperlas para evitar que el dolor se quede adentro. La presión por ser genios era fuerte. Las cargadas de los ninios dolía. Hasta el punto de que no soportaran más la vida.
No supe más nada sobre el índice de mortalidad pero espero que haya mejorado.
A la vuelta de esa plaza en la que estaba viendo a las gotics lolitas, había un templo. Era lejos, lo más hermoso que había visto en mi vida.
Había un lugar dónde podías dejar tus suenios colgados juntos al de muchos que habían escrito antes que vos. . . dejé ahí el mio. Me fui liviana y casi como de una nube, veo una geisha vestida de blanco, una sombrilla le cubría la mitad de la cara. A su lado, su futuro marido y atrás todos sus familiares y amigos que los seguían en fila. Iban todos hacia un lugar que yo no llegaba a ver. Todo el ruido de aldededor desapareció. El silencio era total. No podía oler ni escuchar nada. Todo era imagen. Y era tan fuerte y perfecta que le ganaba a cualquier otra cosa. Creí en esa unión. Me sentí parte de ese amor que pasaba ante mis ojos y seguí.
Había mucho mucho más por descubrir aún.
Karaoke. Quería cantar. Entonces me llevaron a un edificio donde comí la sopa ramen las rica de mi vida, suena exagerado pero juro que es real.
Era un hotel. En cada habitación había gente festejando con canciones. Eran privadas. Mucha gente había, que se encerraba a cantar y cantar. Como un afteroffice pero ahí, en un karaoke. Fue muy lindo. Canté, cantamos. Celebramos que le dieran literalmente un lugar tan grande e importante a eso.
Cuando entrabas a un banio o a un restaurant todo lo hacía todavía más extremo. Había pantallas para todo. Para ordenar la comida y para controlar los sonidos y la temperatura de la tabla del inodoro. . . si. Era el futuro.
Como seria entonces volver del futuro. . .
No lo sabía pero haber ido ahí me hacía sentir tan privilegiada que no temía de nada. Sabía que me había cambiado y que cómo en cada viaje anterior, la sensación de volver era siempre tan extrania como familiar. Volvía. A mi lugar. Felíz.
En el avión me di cuenta de cómo mi cuerpo se acomodaba al horario con el que había vivido tantos anios y todo iba volviendo a la normalidad. Era yo. Pero ya nunca sería la misma. Había viajado 37 horas para conocer un lugar mágico y estaba haciendo 37 más para regresar. Recuperé el día, las horas y los segundos que creí perdidos en Tokio.
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Vine porque la Flor de Loto me inspira. Pero no me inspira en un sentido positivo, en el sentido de la autoayuda, o en la esperanza de ver cada día un Sol Naciente. Lo blanco de la bandera, lo rojo del círculo iridescente, deberían estimularme a pensar que cada día se renueva una esperanza, que el sol sale siempre por Oriente. Pero no. La Flor de Loto me estimula en un sentido trágico, el de los samurais entregados al fragor de la pelea, rendidos ante la victoria de la potencia extranjera.
Una de las personas más bellas que conozco del Japón es la Princesa Masako, irremediablemente triste, trágicamente deprimida. Como toda hija de la buena sociedad nipona, estudió en el extranjero, obtuvo un MBA en alguna carrera de negocios y, cuando estuvo lista para ser CEO o CFO de Sony o de Panasonic, la pusieron al frente de una empresa mucha más importante: el Imperio del Sol Naciente. Sus padres la casaron con el Emperador del Japón envuelta en pompa y circunstancia, en la era de los teléfonos celulares y los karaokes, de los avisos de whisky que filman en Tokio las celebridades de Hollywood. La princesa Masako es la actual princesa del Japón (cualquier aficionado a la revista Hola podrá haberla visto luciendo sus trapos mejores en la asunción de Máxima, la CEO de la corona de Orange). Pero Masako es una princesa triste. Agobiada por el peso del protocolo, reprimida por los rigores del imperio, ahogada por su marido… Lo imperdonable es que no lo haya dado al Emperador hijos varones. Mientras las multitudes se encandilan con los neones del centro de Tokio, en una oscura sala del Palacio del Sol Naciente una legión de intrigantes le exige a la princesa Masako que le dé un hijo varón a su marido, que perpetúe la noble estirpe del Imperio. Pero ella está condenada genéticamente: sólo puede engendrar mujeres. Y eso la hace inútil. Y eso la deprime. Masako, la princesa virtuosa, la hija mejor preparada, la amable Líder Espiritual del Este del mundo se deprime. Y durante diez años se esconde en el palacio, tirada en la cama, acaso atormentada de pastillas, siempre triste, mirando por la ventana. Sólo sale ahora, cuando los fastos reales enfocan las purpurinas y el arminio de nuestra reina en Holanda.
Para mí, la tristeza está plagada de japonerías. El sentido final de los samurais era pelear hasta la entrega; se entiende, la entrega es la muerte. Si una mitología occidental entiende el navajazo en el vientre como “hara kiri”, creo que en realidad se llama “seppuku” (¿hay algún nikkei en la sala?). El seppuku es el rito tradicional por el cual un hombre de honor se abre la panza de izquierda a derecha, con la daga bien firme y con la asistencia cómplice de un ladero que lo remate de un tiro si la operación fracasa. La muerte no es el final, es el principio: de una larga, eterna, vida extraterrena de honores, de rédito para los deudos, de gloria para los aquellos que queden acá.
Siempre intrigado por la nobleza trágica del seppuku, estuve obsesionado desde chico con el escritor Yukio Mishima. A mediados del siglo XX, fue el primer popstar de la literatura, habitué de las tertulias televisivas, superventas en el Japón y en medio mundo, cultor del cuerpo hasta la locura, ambiguo sexual inconfesado, celebridad de la época en que no existían los programas de chimentos. Un verano, estando yo de vacaciones en la miserable existencia de Cabo Polonio con alguna persona que está ahora en esta sala, me tomé con un libro dispuesto sobre una toalla, una manta improvisada: era “Confesiones de una máscara”, el canto del cisne de Mishima, su declaración de amor por los compañeros de colegio, su obsesión por el hirsuto sobaco masculino. Desde chico estaba loquito con una estampita de san Sebastián, el santo de todos los indecisos, que la iconografía católica inmortalizó en la estampa más homo de todo el santora: semidesnudo, recostado contra un árbol, clavado por dos flechas, mostrando la axila peluda a los feligreses. Mishima se obsesionó con la imagen (y con las axilas peludas, debe decirse) y escribió “Confesiones de una máscara” como una manera, terapéutica digamos, de exorcisar sus demonios. Y yo obsesioné con “Confesiones de una máscara”. Alumbrado por una vela agónico en la noche siempre oscura de Cabo Polonio, leí el libro de un tirón, mientras alguien me confundía con un elfo, y desde entonces quedó en mi imaginario íntimo hasta ahora, que lo comparto con ustedes. En la vida real, Mishima estaba en un viaje de locura sin camino de regreso. Había formado un ejército personal llamado Tate-No-kai, integrado por ochenta esbeltos veinteañeros que lo acompañaban en el delirio mesiánico, locos de honor, ciegos de honra.
Después de la tragedia de la Segunda Guerra, donde el Japón fue derrotado ya no por los Aliados sino por los Estados Unidos solitos, Mishima entró en el círculo obsesivo del honor y la deshonra. Ciego de deseo por las axilas de sus soldados, se convirtió en el general de su propio ejército, los entrenó con el rigor de un mariscal de campo, ocupó horas interminables de chácharas televisivas, se robó todos los centímetros impresos de los diarios. Se convirtió él mismo en su obra (Andy Warhol inventó poco, antes estuvo Mishima). Era un ícono reverenciado por los tradicionalistas, un loco para los seculares, un demente para las señoras, una luz de esperanza para los oprimidos. Escribió de a varios libros por año. Y, conciente del papel histórico que estaba representando, montó una gran exposición con todos sus libros, todas sus obras de teatro, sus kimonos y sus espadas y muchas, pero muchas, fotos donde posaba mostrando las axilas. Y después de rajó la panza, de lado a lado. Pero no fue un acto íntimo. Llegó con su ejército personal al comando mayor del ejército, pidió una entrevista, llevó cámaras, convocó a los periodistas. En un arranque de megalomanía, hizo atar al máximo responsable del ejército japonés, para que fuera testigo impasible del acto de honor. El hombre se retorció, gritó, imploró justicia, le dijo que era una locura, pero a Mishima no le temblaba el pulso de la mano derecha. Se arrodilló, se sacó la casaca del uniforme, se vendó la mano y, después de indicarle a su soldado favorito que lo remate de un tiro en la cabeza si la empresa no tenía éxito, se clavó la espada en el lado izquierdo de la panza, con la mano derecha. Y avanzó. Y cortó. Y se hizo todo encima. Y vomitó. Y se murió. Pero dejaba como legado, en su enfermo criterio, la honra del que no renuncia a sus ideales, el honor del que no afloja ante el deseo.
Cincuenta años más tarde, muchos piden en silencio que la princesa Masako tenga un acto de similar hidalguía. Que se entregue, que deje de luchar, que abandone la cama de una vez y para siempre, que el trono necesita de la imagen severa de una princesa que pueda vendar revistas, que en el Imperio del Sol Naciente, aun después de las noches más oscuras y de las tormentas más tremendas, el sol vuelve a salir cada mañana.
Arigato.
Chau.
Gracias NICO!!!!
Y ahora, como siempre en los jams, porque esto es un jam de escritura… si alguien se siente inspirado, y quiere venir a escribir, la pantalla es suya…
Pero bueno… nadie se anima… no es sencillo escribir en vivo…
Esto es, fue, será el Jam de escritura… gracias a todos por venir!!!!
Aplauso para ustedes también!!!!!
La música sigue, la compu está disponible y quedan libros para regalar!!!
El que escribe se lleva libros!!!
Sentate y divertite me dijeron… que dificil. Porque suponer que porque uno esta destras de la compu se siente menos expuesto que estan al frente. Bueno les digo que es mentira para mi.. jejej Nervios Me tiembla el pulso, me palpita el corazon y aquí estoy.
No es la primera vez que rompo hielo, ojala sea para que muchos se sumen . Valentia!!
Se supone que tengo que escribir algo interesante y que llame la atencion de todos¬ )signos de pregunta que ahora no encuentro
Hasta la compu se altero!! Jeje no encontramos los signos de puntuación
Esto me hace preguntar cuanto que nos alteramos… por la musica porque si la chica que canto es la misma que escribio
Porque el chico de los tragos me hio uno muy dulce, todo nos altera… y altera es verdad, lo vemos, lo comentamos, lo compartimos e igual nos altera es inevitable. Cuantos días nuestros dependen del clima, de que haya ben transito, de que nos saludemos con una sonrisa, y muchas cosas más. Palpita, palpita y palpitar
Palpitar, ahora me altero por ustedes, la exposicion, mostrarse, ser, cantar, escribir. Cosas que que salen del corazon, acciones terapeuticas del eterno fluir, …. jejej como queda bien unir palabras profundas sin llegar a ningun sitio pero lo hacemos porque nos hace sentir profundos, internos, sumergidos en la vida y en el devenir… pero a mi parecer es tan dificil ver a algien realmente así. Ahora esta en boga la profundidad, espiritualidad y sabiduria existecial y cuantos viven con esos principios cuantos los siguen…. quien sabe
Vos los seguis
Vos te escuchas
Vos haces caso de todas las cosas que sabes que te danan
Y vos que haces
Gracias por el espacio, abrazo
Hola, si las computadoras escribecen,o escribirian esto.Seria,mas bien.11110010101010100101010101010101100000101.
Hoy me desperte
Mire el sol
No brillaba como antes
Dormimos juntos por primera vez
Era de dia
La casa estaba llena de snorkels
Tus ojos
Y los mios
La manito que
Te acariciaba de noche
A travez
De la puerta
Era yo
Eras tu
No era nadie
Jam de escritura…
Improvisación de escritura en vivo
Nico Artusi + Emme
Musicaliza: Pedro de Matteis
Voces: Eva Di Tomasso y Julián Rodriguez
Ilustra: Caro Acosta
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