Noche de las librerías 2010: Romero + Molina

Hoy tenemos la presencia de dos escritores.
Empieza Ricardo Romero, que llegó primero, e Ignacio Molina.

Le damos un aplauso para que se acerque.

Todo tuyo.

Esto es raro.
Vamos.
Un dos tres, probando. GrrrrrrrrrrrrrrrrrrAghjj estoy afinando.
Ahora si, donde están los acentos,
Llamadme Ismael.Perá. Eso me suena de otro lado. Mejor así.
Cuando abrió la puerta de vidrios esmerilados, Erdosain se dio cuenta de que estaba perdido… Eso también me suena. Basta de chistes porque nadie se ríe.
Gracias por las risas a la izquierda.
Bueno, como decía mi biografía, soy de Paraná. Hace ocho años vine a Buenos Aires y es curioso, para mí la ciudad era, claro, como buen provinciano, calle Corrientes. Tenía un miedo que ni les cuento. Y ahora estoy acá, en calle Corrientes, y también tengo miedo. Un recuerdo. Un recuerdo que es más bien una clave, un disparador para ciertos estados de animo. Hay muchas cosas que pueden perturbar el devenir de un día. Detalles a veces, cosas más importantes otras. Pero por suerte siempre están esas pequeñas treguas con las cosas, ese guiño que nos tira el mundo como para decirnos que sabe que estamos ahí. Uno de esos guiños, para mí, es El silencio de los inocentes. La vieron, no. Ultima pregunta que hago, no encuentro los signos. En fin, decía, El silencio de los inocentes. La vi muchas veces. Y una de tantas, fue en un hotelcito que queda acá nomás, sobre callao a media cuadra de Corrientes. El Hotel San Martín. Es un solo piso y en esa época lo atendía un matrimonio gallego. Yo daba vueltas por la ciudad buscando una pensión para quedarme, caminaba mucho para llegar cansado a la noche y no pensar en lo que estaba haciendo. Ojo, parece que estuviera hablando de un adolescente, pero era ya un boludo importante de veintiséis años. Decía entonces que estaba ahí, en mi pieza del San Martín, desvelado por tercera o cuarta noche. Sabía que en algún canal, Haddad amenazaba con la inseguridad y mi vieja querida, allá en casa, meneaba la cabeza pensando en el nene. Por eso no me pareció tan malo ver a HannibalLecter. Convengamos. Un monstruo conocido es siempre mejor que un monstruo por conocer. Al menos uno sabe a qué tenerle miedo. Pero decía que el guiño que las cosas me hacían era la película, y en realidad fue solo una escena. Una escena que me acompaña desde entonces. ClariceSperling )Jodie Foster, para los desmemoriados), se pone como una cremita bajo las fosas nasales, antes de entrar a ver un cadáver. Está rodeada de policíaas que la miran con desconfianza, y el único lugar amable parece ser el cuerpo de la mujer muerta, que han sacado del río. La luz en esa película me hace acordar a las películas de terror más viejas, las de Vincent Price, por ejemplo. Son más crudas. Más tristes. Que viento, che. Pero sigo con Clarice. En esa escena ella prende un grabador y va decribiendo lo que ve en la muerta. Luego se va con su jefe y sacan conclusiones. Esa noche yo seguí viendo la película, pero me quedé pensando. Sí, a veces me pasa. Me quedé pensando y prendí un grabador imaginario y empecé a describir la pieza donde estaba. Tenía el techo inclinado, porque estaba encajada debajo de una escalera. Las paredes eran precarias pero bien pintadas. La describí, hasta que en algún momento me dormí. Concilié el sueño. Lo concilié. Me reconcilié con él. Como soy medio lento tardé en darme cuenta de que lo que había hecho no era otra cosa que hacer lo que estoy haciendo ahora, escribir. Siempre lo hice y pocas veces me pregunté por que. Las veces que me lo pregunté, la única respuesta satisfactoria fue seguir escribiendo. A partir de ahí, la ciudad me resultó más amable. Y lo curioso es que son muchas las veces que haciendo zapping me he encontrado con El silencio de los inocentes en esa misma escena. Cambio de canal y de pronto Clarice está ahí, otra vez repitiendo el ritual de la crema bajo las fosas nasales, para evitar el olor del cadáver (un poco de morbo siempre queda bien). Incluso, lo confieso, en alguna noche de esas que se van haciendo larga y la cama todavía no es un destino, he buscado en la guía de canales, y al saber que pasaban la película, he esperado tratando de cambiar en el momento justo en que Clarice abre el potecito. A veces acierto y otras no. Y eso me hace pensar. Otra vez. Dicen que cuando uno va creciendo )iba a decir se va poniendo viejo, pero mejor no) empieza a buscar las cosas que ya conoce. Libros, películas, música. Busca en lo nuevo lo que ya conoce y la capacidad de apreciar las nuevas cosas se va endureciendo como un músculo falto de entrenamiento. Yo creo que algo de eso hay. Me dieron ganas de bailar. Pero hay otra cosa también. Esa sensación que encontramos en lo conocido, ese amparo. Es como estar en casa. El Chavo del ocho. Friends. Los Simpson, )para algunos, no para mí, los dibujos me producen un malestar que no he podido entender todavía). Ya sabemos lo que van a decir. Ya sabemos en qué momento nos vamos a reír y de qué. Y eso está bien. Y eso hace bien. Ya bastante incierto es todo, como para no permitirnos esa tregua. Punto y aparte.
Ahora me animo a levantar la cabeza y a mirar. Cuánta gente. Hay un muchacho de pelo largo que me saluda bajando la cabeza, por ahí hay una chica de violeta tomando una cerveza. Hay un hombre cruzado de brazos, con saco y corbata, que mira para otro lado. Todas esas visiones, y las que vengan, me las voy a llevar, para cuando Friends o Clarice no sirvan como remedio ante algún tipo de cataclismo espiritual, me recuerden este momento. No por feliz. No por mágico. Lo mágico es encontrar lazos que unan una cosa con otra sin que exista un sentido claro, inequívoco. Hay un árbol, en una plaza de la ciudad de Córdoba, que a cierta hora de la noche, cuando pasa el colectivo 46, es mi amigo. Nunca dice nada, se limita a estar ahí, a ser árbol en la noche. Y a hacerme un lugar en esa noche. No son muchos los espacios que uno puede realmente habitar (uia, me puse melancólico). Los lugares en los que uno deja rastros que después puede reconocer, incluso cuando ya no están ahí. Incluso cuando nosotros ya no estamos ahí, porque l oque queda es el reconocimiento. Nada por acá, nada por allá, y ahí está ese reconocimiento que ya no pertenece a nadie. El mundo reconociéndose a sí mismo en un árbol y una mirada. O mejor, en el recorrido entre ese árbol y esa mirada. Y no estoy equivocando los factores. Primero está el árbol y después la mirada, la mirada que lo busca, que sabe que va a estar ahí como sabe que El chavo del Ocho va a pegarle al Señor Barriga.
Otro punto y aparte. Voy a hablar de otra cosa para no aburrir. Fintas de pensamiento, fintas a lo Burrito Ortega. Qué bueno que es saber amagar.
Ya me relajé, así que voy a poner nervioso a otra persona. Nerviosa. Hola, amor, como andás. Les perece que les cuente cñomo la conocí. Acá dicen que sí. Me debo al público.
Esto empezó así.
Resulta que ella tiene un club de libros independientes )va el chivo surdebabel.com.ar). Eligen uno cada vez y se lo mandan a los socios. Hete aquí, que en julio del año pasado eligieron uno mío (segundo chivo, El síndrome de Rasputín, novelón). Después de eso le hacen una entrevista al autor. Me acuerdo todavía cuando me llamó. Estaba en la Continental de San Telmo tomando un café. Me preguntó si prefería la entrevita por mail o si prefería que nos encontráramos. Yo le dije que prefería que nos encontráramos. Quería conocer al a dueña de esa voz. Curiosa, ella, por mi voz, pensó que yo era un amargo. Alguien puede creer que soy un amargo. Bueno, me citaron en un bar, jueves 16 de julio a las 14 horas. Yo había estado en una presentación de libros la noche anterior (era un solo libro, pero cuando la presentación terminó me parecían varios). Sí, estaba con una leve resaca. Por lo que cuando llegué, me pedí una 7up con limón. Estaba con el editor de la colecicón, el señor Sasturain, que sin saberlo ofició de celestina. Entonces. Chachanchachán, ella entró con su socia. Mi cabeza estaba un poco apagada, por lo que mi único pensamiento, fue Epa. Un Epa que me llenó la cabeza y no me dejó escuchar cuando se presentaron, por lo que no pude saber en toda la reunión si ella era Josefina, o Victoria. Recibo apuestas, cuál de las dos era. No vale que digan las amigas. Era Victoria. Punto y aparte.
Qué linda chica me dije, cuando pude pensar otra cosa. Y ahí me quedé tildado. Todavía lo estoy diciendo. Qué linda chica. El resto de la historia, es para nosotros, porque ella detesta las películas yankis en donde los protagonistas terminan declarándose su amor andelante de todos. Una desverguenza. Yo no voy a decir nada más.
O por ahí sí.
No, mejor sigo mirando a la gente com si estuviera en un bar, tomando mi religioso café diario (tomo más de uno, pero no se lo digan a Victoria porque después me reta porque me hace mal al hígado).
Hay un muchacho de antejos que mira para otro lado y no sé si está hablando solo o masticando algo. Si está hablando, que hable más fuerte. Si está comiendo, que convide. Tengo terror a mandarme alguna barrabazada ortográfica y no me de cuenta. De hecho no sé como se escribe barrabazada. Un señor de eplo blanco, sentado, inclinado hacia delante, está muy serio. Veo si sonríe… ahora. No , miró para otro lado.
Vuelvo, entonces, a lo que me gusta. A ponerme un poquitín melanco, para haidu no se enoje. Es ue resigue resultando raro todo esto. Estar sentado en calle Corrientes escribiendo con todos ustedes ahí. Antes ustedes no estaban ahí. Y si estaban yo no los había visto. Yo miraba por la ventana de cualquier café y decía madre mía, cuanta gente. Y ahora, aunque son muchos, son infinitamente menos. Son un número excato y cálido que puedo imaginar, mentir, improvisar. Hay 578 personas y Victoria. Qué tal. No está mal para terminar este año. Ahora tengo un árbol, 578 personas mirando una pantalla (hay 123 más que miran para otro lado y esas no las cuento). Un árbol, 578 personas, Victoria y un tenue dolor de espaldas de tan erguido que estoy. Me siento un granadero custodiando esta visión, esta escena que alguien debería mirar desde afuera. Una de las cosas más terribles que puede haber es un suceso sin testigos. Sea un suceso feliz o trágico. Alguien debería estar ahí. Somos tantos que no tenemos justificación. No podemos dejar a alguien solo ante las cosas. No le podemos hacer eso. Una mirada tuya bastará para sanarnos, decía cuando era chico en la iglesia. Y tal vez ahora, mientras pienso estas cosas y trato de darles forma, empiezo a entender lo que significa esa expresión. MI espalda. Una mirada que cure mi espalda. Voy a tomar agua.
Hola Molina. Guacho, llegaste tarde adrede para que empiece yo. Ya sé, los colectivos.
Los colectivos…
El primer colectivo que tomé cuando me vine a vivir a Buenos Aires, fue el 29. Y ojo que no fue que lo tomé una vez. Lo tomaba siempre. Buscaba lugares para ir tomando ese solo colectivo. Voy a hacer un figura poética medio trucha. Lo tomé hace ocho años y me bajé recién para llegar acá. Qué viajecito. Pero la primera primera vez que lo tomé, fue para ir a la casa de un amigo de Paraná. Yo ya estaba en una pensión de San Telmo, barrió que ya adopté como mío, y rompiendo una de mis premisas cuando me vine para acá, lo fui a visitar. Había decidido no ver a paranaenses, no ampararme en gente que ya conocía para hacer mi mapa privado de la ciudad. Tenía que empezar de cero, solito con mi alma )me encanta esta expresión). En esa época era joven y podía ver muchas películas que no había visto. Ahora no miro tantas, aunque estoy en mi tercera adolescencia. La llevo bien, no. Decía, me tomé el 29 y fui a algún lugar de Palermo que mi mente a borrado para darle lugar y fuerza a las raíces de ese árbol de la plaza, en la noche. Esa noche jugué a las cartas, me reí, tomé fernet. El Word no conoce al fernet, increíble. Después me volví otra vez en el 29. Ya era dueño de un trayecto. Por eso volví a hacerlo. No para ir a la casa de mi amigo. Sino para repetir la experiencia. La rutina está muy desacreditada hoy en día. Demasiado. La rutina es una herramienta más para contar una historia. Un relato. El nuestro. Por qué vamos a rechazarlo de entrada. Hay que probar, a ver qué nos puede dar. Qué cosas podemos contar desde ella. Me pregunto qué significará ser un hombre rutinario. Un hombre que hace todos los días lo mismo o un hombre que cree que hace todos los días lo mismo. Yo hago todos los días lo mismo. Como duermo, me baño, me río, etcetera. Y eso soy yo. Yo con mis rulos al viento y con ganas de tomarme un fernet a pesar del Word. Pero estaba haciendo filosofía barata. Filosofía de bar, sin fernet (alguien que asimile la indirecta, por favor).
Retomo.
Vuelvo a bajar del 29. A caminar por San Telmo asustándome cada vez que esas luces botonas se prendían ante mi paso. Uno cuando es nuevo no quiere llamar la atención, no hay derecho a que las luces te iluminen sólo porque pasás por ahí. Las luces y las casas viejas. Los balcones llenos de cosas, las plantas increíbles que crecen en las cornisas. Ahor vivo en una casa de esas. Antes veía las luces que salína de esas casas, y más que personas veía fantasmas. Me gustan los fantasmas. Y ahora soy un fantasma. Tengo una planta que sale del borde del balcón, que sobrevive a todo. Lo que no tengo son las luces esas, porque no soy una mala persona que anda iluminando por ahí, a la gente que pasa.
Fantasmas.
Un día de estos voy a escribir un libro sobre fantasmas.
Yo una vez vi uno, pero no lo voy a contar para no perder credibilidad.
Qué es un fantasma.
Con algunos amigos, entre esos Molina, en un asado en parque patricios, en una casa vieja de tres pisos, sacamos varias conclusiones interesantes. No nos quedó otra, porque estábamos en la terraza y cruz diablo, vrios vimos pasar de refilón algo por la puerta que daba a la escalera. Eran como las tres de la mañana y nos quedamos hasta las siete, hasta que amaneció, porque no nos animábamos a bajar. Había, para empeorar las cosas, un gato endiablado que se llamaba Witold, y que peleaba con algún ser invisible, hasta que d pronto decidía que ese ser invisible eras vos y te saltaba sobre la espalda. Gato chic, flaco, de ojos enormes. Gato amigo de fantasmas. Y bueno, Vasco viejo va, Vasco viejo viene, empezamos a pensar en los fantasmas. Y como todo tiene que ver con todo, como diría Pancho Ibañez, una de las ideas era que los fantasmas tenían que ver con la rutina. Un gesto repetido innumerables veces que queda como un eco, incluso después que todos nos hemos ido. Un gesto como este, el de escribir, y ahora me estoy yendo yo. Haidu me pide que redondee pero cómo redondedo semejante despelote. Hagamos así, hagamos de cuenta que redondeé, y ustedes lo percibieron y aplauden.
Gracias.
Uf.
Un fernet por favort.

Un fuerte aplauso!!!

Mientras esperamos a Ignacio Molina, en 5 minutos arranca.

Les cuento que el lunes van a poder leer fragmentos de estos dos textos (del que acaba de escribir Ricardo y del que va a escribir Nacho) en www.jamdeescritura.wordpress.com
También va a haber muchas fotos para que se encuentren como Wally y le avisen a su tía.

Esto es el “jam de escritura” un evento que nació en Bs As hace 4 años y que hoy recorre el mundo.

Y bueno, no se vayan a ver a Aznar que está acá con ustedes Ignacio Molina, pido un fuerte aplauso para recibirlo.

Hay una historia que les contaba a mis hijos, y que alguna vez les voy a contar a mis nietos.
El día en que murió Néstor Kirchner perdí el celular.
Así empieza la historia.
Esa noche perdí el celular.
La última llamada la habré hecho a eso de las diez de la noche, a la salida del subte. La llamé a Julia, que se había quedado en su casa. No la llamé para preguntarle si se había arrepentido. La llamé, más bien, pare recriminarle que no me acompañara.
Julia era mi novia desde hacía un año y medio. Alguna vez habíamos pensado en casarnos, pero lo habíamos desechado enseguida.
Bajé del subte en Tribunales (venía de la casa de Julia, un departamento de dos ambientes en Palermo Viejo) y caminé por diagonal sur hacia el Obelisco. La primera bandera que vi, en la placita, era de la Tupac Amaruc. Me gustaba mirar las banderas en las marchas o manifestaciones. Ahora ya no hay tantas, pero en esa época todavía se usaban. Además de esa (blanca y negra, con la cara del Che) había banderas rojas: Partido Comunista, Partido de la Liberación, Pcce, etc. Otras blancas, verdes, como la de La Cámpora, la agrupación que lideraba el ahora ex presidente, y por entonces hijo de Néstor, Máximo Kirchner.
En la esquina de Corrientes y Diagonal me crucé con un amigo. Más bien un conocido. Nos saludamos con cara de circunstancia. El estaba con un par de chicas y me preguntó si había venido solo. Viniste solo, me dijo, como para que me sumara a su grupo. No, me esperan unos pibes frente al Cabildo, le dije. Era mentira. Había ido solo. Creo que se dio cuenta, pero no me insistió.
Decía, entonces, que esa noche perdí el celular. En qué momento o dónde, son cosas que no puedo recordar. Sólo sé que una hora y media o dos horas después, cuando volvía caminando por avenida de mayo y quise fijarme la hora, tanteé el bolsillo de la mochila y no lo encontré.
Busqué un teléfono público por Nueve de Julio. Ninguno funcionaba. Las privatizaciones no habían resuelto ese problema. Caminé hasta el Obelisco. Todavía flameaban las banderas de la Tupac. Doblé por Corrientes. Seguí probando teléfonos, hasta que a la altura del 1500 encontré uno que andaba. Puse monedas y marqué el número del celular.
Sonaba pero atendía nadie. Dejé el asunto para el otro día. Supuse que alguien lo había encontrado y que no lo escuchaban sonar.

Dos horas después llegaba a mi casa. En esa época yo vivía en una casa enorme en la Paternal. Una casa que había heredado de mis padres y que me permitía vivir sin trabajar: la casa tenía cinco ambientes (además del altillo en donde vivía yo) que le alquilaba a extranjeros por una buena cantidad de euros por mes o por semana.
Cuando llegué, la japonesa que se había instalado hacía pocos días me recibió despierta. Tomaba mate en la cocina. Nunca había alojado a una orienta, y me pareció muy raro verla tomando mate. Más raro me pareció todavía que estuviera despierta a esa hora. Me preguntó por Néstor, en su español demasiado rudimentario. No tuve ganas de contarle demasiado, no porque no tuviera mucho que contar sino porque sabía que ella no me iba a entender del todo.

Al mediodía siguiente volví a llamar al celular. Ahora sí me atendieron. Daniela fue la que me atendió. Sí. En ese momento fue nada más que un nombre. Me preguntó si yo era “el dueño de este número”. Me dijo que me iba a devolver el aparato, que no me preocupara, que no era “la primera vez que devuelvo algo en mi vida”.
Daniela vivía con su marido en un barrio de Remedios de Escalada, a veinte cuadras de la estación. La noche anterior había ido a la plaza con sus compañeros de la William Cooke, una “agrupación de base” en la que militaba. Yo nunca había entendido del todo que significaba que una agrupación fuera “de base” pero no le quise preguntar, menos por no seguir conversando por ella que por quedar como ignorante.
Quedamos, al final, que nos encontraríamos al día siguiente, a las seis de la tarde, en la estación de Remedios de Escalada. Como yo no trabajaba, no tuve inconvenientes con el horario.
Cuando llegué a la estación, la llamé desde un teléfono público. Ella iba a estar en el local de una amiga a dos cuadras de ahí, y se iba a acercar ante mi llamado. “Va a ir mi marido a darte el teléfono”, me dijo cuando me atendió. “Tiene una remera blanca sin mangas y un short verde de Laferrere”, me dijo.
Me senté a esperar. A los cinco minutos vi aparecer a Roberto, el marido, por el andén de enfrente. Me hizo una seña desde lejos (todavía no sé cómo me reconoció) y nos juntamos en el laberinto al comienzo del andén.
El diálogo fue bastante cortante.
“Tomá el teléfono y ahora te vas tranca”, me dijo. Tal vez me lo dijo con simpatía, pero a mí me sonó como una amenaza.
Roberto aproximadamente mi edad, alrededor de treinta años. Por lo que supuse que Daniela tendría dos o tres años menos. Esa fue la primera impresión que tuve de ella, a través de su marido. Quise volver a comunicarme, pero no tenía modo de hacerlo. El único dato que tenía era que vivía a varias cuadras de la estación de Remedios de Escalada, que tenía una amiga con un local a dos cuadras de la estación, y que su novio era barra brava de Laferrere.
(nos están echando, me dicen

Bueno, la cuestión fue que a Daniela me la volví a cruzar en alguno de los actos de campaña de las elecciones del año siguiente.
Y ahí comenzó esta historia de amor que le conté tantas veces a mis hijos y que alguna vez les contaré a mis nietos.
Ellos son bastante felices.
Viven en la casa enorme de La Paternal.
Y todos cobran la Asignación Universal.

Fin

Esto fue el Jam de escritura

Me acaban de decir que se tienen que llevar los sillones…
El camión blanco viene por ustedes, ja.

Gracias a todos por leer.
Gracias a la gente que organizó “la noche de las librerías” por invitarnos

Para más información sobre las próximas fechas del jam, pueden chequear en

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Gracias Igancio
Gracias Ricardo
Gracias Pedro musicalizando.

Aplausos para todos.

CORTAMOS CORRIENTES POR ALGO COPADO!!!!

CHAU!!

Gracias a todos

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Veo la luz de la música en los ojos del demonio,
Suena en la cabeza de mi amiga y la tomamos,
Abrimos el cráneo y tomamos juntos.
Si queres la mato, me dice, y dale, matala.
No fue muy suave, ni siquiera fue.
Pasó sin que me de cuenta y era hermoso.
Una forma diferente de sentir la necesidad de eso que necesito cada vez que me acuerdo de que todo es mentira.
Y como todo es mentira salto en la calle Corrientes al ritmo de una música que solo me ayuda a enfermarme más. Se sienten bien, Me alegro por ustedes. Sean felices. Me quiero ir a dormir.

Cortemos PEDRO

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Gracias a todos ustedes

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Hoy:
IGNACIO MOLINA (1976): Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006), el de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009), uno de divulgación, y la novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010).

RICARDO ROMERO (1976). Publicó las novelas Ninguna Parte (2003), El síndrome de Rasputín (2008) y Los bailarines del fin del mundo (2009) y el libro de cuentos Tantas noches como sean necesarias (2006). Es parte del Quinteto de la Muerte, grupo de lectura en vivo con el que este año editó el libro La fiesta de la narrativa. Es editor en Ediciones Aquilina y en Gárgola Ediciones.
PRÓXIMAS FECHAS:
22 DE MARZO: KOSMÓPOLIS, BARCELONA.
23 DE ABRIL: CASA DE LA CULTURA, CARACAS.
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1 Comment on Noche de las librerías 2010: Romero + Molina

  1. Hi, I do think this is an excellent blog. 😉

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